LA GOMERA
El Parque Nacional de Garajonay, en la isla canaria de la Gomera, es uno de esos rarísimos lugares donde la naturaleza ha preservado para nosotros, como en una especie de milagro, un entorno de tan especiales características que se diría salido de un sueño.
Resulta muy difícil
imaginar, si no se sabe de su existencia, que en un lugar como éste (una isla
volcánica que ya no lo es tanto, puesto que desde el período cuaternario no se
han producido erupciones, de modo que su paisaje no se ha modificado a lo largo
de millones de años), pueda darse una flora tan particular, tan diferente a la
que es común en estas latitudes.
Es como si aquí,
donde ya no hay cráteres ni lava, donde no quedan cenizas ni conos volcánicos,
donde la erosión de siglos ha borrado todas las huellas de actividad volcánica,
la naturaleza se hubiera encaprichado con la evolución de las especies vegetales
hasta el punto de romper todas las normas, todos los esquemas, para conservar
intactos frondosos bosques de especies que si bien poblaron la mayor parte del
continente europeo durante la era terciaria, hoy ya no existen en ningún otro
lugar del mundo.
El Roque de Agando, una de las formaciones volcánicas más espectaculares del Parque Nacional de Garajonay
Solamente aquí, en esta isla casi circular en la que Cristóbal Colón hizo su última escala para aprovisionarse de agua antes de abordar los misterios de la mar océano en busca de un nuevo mundo, podemos hallar masas enormes de laurisilva, una especie vegetal que en el plioceno, el quinto y último período de la era terciaria, abundaba en toda la cuenca del mar Mediterráneo y que desapareció por completo cuando llegaron las grandes glaciaciones del cuaternario.
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Las palmeras
y las plantas suculentas abundan en las estribaciones del Parque Nacional.
La vegetación es completamente diferente a la de los bosques de la alta meseta
central, donde muchas veces no deja pasar la luz
Pero el terrible frío
que acabó en el norte con miles de especies vegetales y animales no alcanzó
estas latitudes, de modo que estos magníficos bosques pudieron continuar su
desarrollo, pudieron seguir creciendo, multiplicándose hasta configurar un
paisaje único que, al día de hoy, es el último vestigio que nos queda de lo que
hace tantos miles de años fue común en el viejo continente.
Garajonay constituye hoy todo un singular ecosistema, un ecosistema tan frágil, de características tan especiales, que además de haber sido declarado Parque Nacional (para evitar que todas sus bellezas se desfiguren con aprovechamientos utilitarios, según reza la definición), también ha sido incluido por la UNESCO, en la relación de los lugares considerados Patrimonio de la Humanidad.
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El Valle de la Hermigua visto desde las alturas del Parque Nacional Líquenes, aeonios
No podría ser de otro
modo, puesto que la protección de esta fantástica y excepcional masa vegetal, en
tanto que patrimonio de todos, debe ser también tarea de todos.
La ciencia considera la isla de la Gomera, en tanto que perteneciente al
archipiélago canario, de las mismas características que las islas Azores, que
Madeira o que Cabo Verde, y es ciertamente así, puesto que todas ellas tienen
características geológicas semejantes.
Sin embargo, en este casi circular pedazo de tierra de trescientos ochenta
kilómetros cuadrados, desde donde se divisa al otro lado del mar la siempre
imponente mole del Teide, tiene lugar un fenómeno muy especial, que no se repite
en ninguna otra de las islas canarias, conocido por sus habitantes como “el mar
de nubes” y que la hace única en el mundo.
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flores endémicas de la
Gomera
Los roques de Zarzita, Carmona y Ojita
Prácticamente todos los días del año los vientos alisios arrastran hasta la isla
grandes formaciones nubosas que se detienen sobre ella en cuanto la alcanzan y
que conforman un ambiente de brumas constantes en el que reina una perpetua
humedad.
De este modo, el agua está siempre presente en esta tierra a la que impregna de tal modo que los bosques se convierten prácticamente en selvas, en espesas junglas donde los musgos, los líquenes y los helechos reinan sobre todas las especies vegetales.
Hay decenas de especies de todos ellos, y aunque las precipitaciones son casi relativamente abundantes (entre los seiscientos y los ochocientos milímetros cúbicos anuales), en realidad es la humedad que contienen estas nubes la que sostiene el delicado equilibrio ecológico que permite al exuberante crecimiento de plantas y árboles.
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Plantas
bulbosas, líquenes y helechos crecen por todas partes de Garajonay
Arroyo del Cedro, río alimentado fundamentalmente por el agua que las nubes
traen hasta la isla
De hecho la Gomera es
la isla con mayores recursos hídricos de todo el archipiélago canario, y en ella
hay numerosos manantiales y fuentes naturales de los que brota un agua riquísima
y hasta un río, el llamado Arroyo del Cedro, con un caudal de relativa
importancia si tenemos en consideración, naturalmente el tamaño de la isla.
El Parque ocupa casi la totalidad de una elevada meseta en el centro de la isla, en cuyos extremos se abren numerosos y profundos barrancos con nombres tan sugestivos como Valle del Gran Rey, Vallehermoso, La Hermigua, El Agulo, Erques… Hay que tener en cuenta que en la Gomera la altitud de las formaciones montañosas es muy importante (la mayor de todas ellas, conocida como Pico Garajonay, se eleva hasta mil cuatrocientos ochenta y siete metros sobre el nivel del mar), y que alcanzan también más de mil metros la mayoría de los llamados “roques”, grandes formaciones rocosas producidas por las lavas solidificadas a lo largo de los siglos sobre antiguos cráteres volcánicos.
Con estas alturas y teniendo en cuenta el tamaño de la isla, relativamente pequeño, es fácil imaginar lo impresionante de los cañones, cortadas y barrancos que rodean toda el área protegida, así como la espectacularidad de las rutas de acceso a esta hermosa meseta, cuya flora, como hemos dicho, es una fuente de constantes sorpresas.
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El
agua forma pequeñas cascadas
Panorámica de las masas de bosques en las laderas del barranco del Cedro
Además, toda la isla,
a merced de los fuertes vientos, está rodeada de poderosos acantilados de gran
altura, en ocasiones basálticos, que el mar ha ido modelando durante siglos
hasta configurar paisajes de notable agresividad y no menor belleza, como en la
formación conocida como “Los Órganos”, al norte de la isla.
Parece imposible, mientras ascendemos rodeados de piedra y de sol, de palmeras y
chumberas, que en lo más alto podamos llegar a encontrar una profusión de formas
vegetales, esa constante humedad, ese paisaje único plagado de auténticas
reliquias del pasado que botánicos e investigadores de todo el mundo estudian
constantemente con enorme curiosidad.
En líneas generales, la isla de La Gomera posee cuatro tipos de vegetación bien
diferenciada: las laurisilvas, los fayales y brezos, los pinares y las plantas
llamadas xerofíticas, aunque hay también sabinas y palmeras, que en algunas
zonas de la isla forman auténticos bosques.
En cuanto al primero
de estos tipos, la laurisilva, sus bosques están formados por varias especies,
entre las que destacan el laurel o loro (Lauris azórica), una de las más
abundantes en toda la superficie del Parque Nacional; el viñático (Persea
índica), cutos ejemplares, en formaciones arbóreas, alcanzan una gran parte y se
desarrollan fundamentalmente en los barrancos más profundos (sus hojas y tallos
más jóvenes son venenosas para el ganado); el tilo, también llamado til (Ocotea
foetens), que crece en los lugares más sombríos y oscuros de los bosques; el
aceviño (Llex canariensis), otra de las especies más abundantes, de brillantes
frutos rojos, y el barbusano (Apollonias barbujana), cuya madera, muy buscada
por ebanistas y artesanos, es de intenso color rojizo.
Laurel, cubierto de musgo y líquenes en el Raso de la Bruma
Los berzales resultan también ciertamente espectaculares y se mezclan y rodean a las formaciones de laurisilva.
Los bosques de brezo (Erica arbórea) pueden alcanzar en ocasiones los quince metros de altura y con ellos crecen también las hayas (Myrica faya) y los acebiños.
Todos estos bosques
están plagados de musgos y líquenes que cubren troncos y ramas, que crecen por
todas partes, tal es la humedad del ambiente, y que forman en el suelo una rica
y mullida capa en la que, como ya hemos indicado, además de muchas otras
especies de arbustos crecen enormes y muy diferentes clases de helechos, plantas
trepadoras y enredaderas. Muchas veces llegan a formar capas de una espesura tal
que ni siquiera dejan pasar la luz del sol.
Tengamos en cuenta, además, que las especies vegetales y arbóreas van
regenerando por sí mismas la fina capa vegetal que cubre el suelo en este
espacio único, donde, de momento, nada altera el ritmo de su crecimiento,
alimentado por las constantes aportaciones de agua que las nubes traen hasta
este lugar.
En cuanto a los pinares, son especies traídas de otros lugares en los años
cincuenta que, por fortuna, están siendo arrancadas para permitir un mejor
crecimiento de la flora autóctona, puesto que crean graves daños a las
formaciones arbóreas de laurisilva.
Finalmente, y aunque no crezcan en el área del parque de Garajonay y sí en las
cotas más bajas y hasta el mar, abundan en La Gomera las plantas llamadas
“suculentas”.
Son, entre las xerofíticas, las Aeonium (verode, Bejeque, bea) y las Euphorbia
(tabaibas, cardones, higuerillas, etc.).
Pero asomémonos por un instante a los elevados balcones naturales que abundan en
esta isla. La altura mayor corresponde, como hemos dicho, al monte Garajonay que
da nombre a todo el parque y que se asocia con una vieja leyenda que aún hoy
todos cuentan en la Gomera. Se dice aquí que un buen día, a bordo de una
embarcación hecha de pieles de cabra infladas con aire, llegó por mar hasta la
isla un joven llamado Jonay que se enamoró de la hermosa princesa Gara.
Panorámica del llamado Bosque de Tejos
Ella le correspondió, pero su familia no quiso aceptar sus amores, de modo que
viéndose acosados, ambos escaparon juntos hasta el lugar más elevado de la isla.
Fueron perseguidos hasta aquí por las gentes del pueblo, que los acorralaron, de
manera que en el último momento, y antes de ser alcanzados, afilaron por ambos
extremos una rama de brezo que colocaron entre sus pechos, a la altura de
sus
corazones, para después abrazarse. Así murieron los amantes.
Desde entonces esta
montaña lleva unidos los nombres de Gara y de Jonay, en recuerdo del sacrificio
de los enamorados, que prefirieron acabar con sus vidas antes que ser separados
el uno del otro.
Pero en este parque de inmensos y salvajes bosques hay también otros elementos, algunas formaciones naturales, que llaman muy poderosamente nuestra atención.
Son los llamados
“roques” o pitones, en realidad domos volcánicos de naturaleza traquítica que no
son más que las antiguas chimeneas por donde afloraba al exterior, hace millones
de años, la lava de antiguos volcanes, hoy solidificada.
Aunque el paisaje del parque es suave y ondulado, su uniformidad se rompe por su vertiente suroriental, por algunos de estos pitones que la naturaleza quiso levantar casi juntos en una pequeña área, que los isleños llaman “la zona de los roques”.
Vista del valle de Agulo
En ella se levantan
cuatro colosos de piedra que elevan sus perfiles por encima del extenso manto
verde que forman los bosques.
Son los pitones de Agando, de Ojila (mil ciento setenta y un metros), de Zarzita
y de Carmona, quizá los más bellos y espectaculares de toda la Gomera, aunque
también hay algunos otros de importancia, como el Cherelepin, que alcanza los
mil trescientos sesenta y cuatro metros, el de Eretos, Zarga, Echereda, Quemado
y Araña.
En ellos, además de
muchas clases diferentes de arbustos endémicos, crece una vegetación propia y
distinta a la de los grandes bosques del parque. Podemos hallar aquí sabinas (Juniperus
phoenicea) y también madroños (Arbutus canariensis). No todos ellos están dentro
del área protegida por los límites del parque, pero no por ello son menos
interesantes.
Sin embargo, y si hubiéramos de localizar algunos de los más hermosos lugares
del parque, tendríamos que comenzar por un impresionante paraje, el que podemos
abarcar desde el llamado Mirador del Bailadero. Desde aquí podemos gozar de una
de las mejores panorámicas de los “roques”, aunque a ambos lados de la carretera
que atraviesa por completo el parque haya algunos otros miradores desde los
cuales podemos contemplar también espectaculares paisajes. Son, por ejemplo, el
Mirador de Ojila, el de Tajaque y el de Agando, a los pies del roque del mismo
nombre, el más alto y afilado de estas espectaculares elevaciones rocosas.
Bosques de brezos en la meseta central de la isla
Por la carretera que atraviesa el parque pronto alcanzamos, si viajamos de este
a oeste, otro de los lugares más bellos de la isla. Es la Laguna Grande, un
claro en medio del bosque, cerca del pico Garajonay, que pudo haber sido en la
antigüedad un pequeño lago; en torno a éste, donde se ha construido un merendero
y una zona de recreo, crecen algunos de los más hermosos bosques de cedros de la
isla, que pueden recorrerse por un circuito trazado por la mano del hombre en el
que abundan espectaculares tapices de geranios salvajes, muy abundantes en todo
el parque. También aquí los isleños cuentan viejas historias y leyendas, en esta
ocasión relacionadas con las numerosas brujas que se dice que tuvo la isla. La
memoria popular identifica este lugar con el preferido por brujas y hechiceras
para celebrar sus aquelarres, y aún hoy los gomeros evitan sentarse en su
centro, pues se dice que aquel que lo hiciera podría recibir, durante la noche,
una lluvia de guijarros.
No son más que viejos cuentos populares, es cierto, pero es difícil evitar un
estremecimiento cuando al atardecer, rodeados por la bruma en medio de este
bosque, el fuerte viento mueve las ramas de los cedros, que crujen, se rozan,
chocan violentamente unas con otras y hacen bailar sus barbas de líquenes.
Otro de los maravillosos lugares del parque es el llamado “Jardín de las
Creces”, donde las formaciones boscosas de cedros y laurisilva son aún mayor
tamaño que en la Laguna Grande; es un lugar, por escondido y recóndito, mucho
menos visitado, y también aquí florecen, sobre todo durante los meses de mayo y
de junio, enormes masas de geranios y de pequeñas flores que crecen por todas
partes. Pero quizá sea el lugar conocido como “Los chorros de Epina” uno de los
parajes con vistas más espectaculares de toda la isla.
Se accede a él dejando la carretera que va desde el pueblo de este nombre a
Vallehermoso, y es, en el noroeste de La gomera, fuera ya de los límites del
Parque Nacional, uno de los preferidos por los isleños para celebrar meriendas,
fiestas y romerías.
Muy cerca está la ermita de San Isidro, y sólo la contemplación del bellísimo
paisaje es aquí todo un privilegio. Además, proliferan en este lugar las fuentes
y manantiales, y no hay gomero que no cante las excelencias del agua que
vierten.
La más
espesa formación de laurisilva de todo el Parque de Garajonay, prácticamente
inaccesible para el hombre
Mucho más recóndito,
y situado en el centro del gran Bosque del Cedro, que ocupa una gran extensión
hacia el norte, entre el pico Garajonay y La Laguna Grande, es el trayecto
conocido como el “Camino de los Políticos”, quizá llamado así porque es un lugar
que no deja de visitar cuanto personaje llega a esta isla. Es uno de los
recorridos más espectaculares del parque, porque aquí los bosques son de una
especial frondosidad y belleza; hay varias fuentes a lo largo de un sendero que
desciende, desde la carretera, hasta una pequeña explanada en el fondo del
barranco donde la pequeña y blanquísima ermita de Nuestra Señora de Lourdes
sobresale entre la espesura.
Detrás del pequeño templo, si cruzamos un diminuto puente de madera, hallamos
por fin el hermoso cauce del Arroyo del Cedro.
Es un lugar donde el agua chorrea por todas partes e impregna árboles y rocas,
llegando incluso a formar pequeñas cascadas.
Hemos de citar, por último, algunos otros lugares del parque, como el Raso de la
Bruma o el Bretzal de Cumbres, en los que el visitante puede sentir esta
espléndida naturaleza en toda su fuerza; en el primero, también un pequeño
barranco lleno de espesos bosques, el suelo parece alfombrado, tal es la
cantidad de líquenes y de musgo que aquí crecen. En el segundo, cerca de la mesa
de goteo de Tajaqué (se denominan así a pequeñas instalaciones que proporcionan
una exacta medición del agua que proporcionan las nubes), los brezos tienen
alturas que alcanzan hasta los dos metros. Hasta aquí hemos citado tan sólo
algunos ejemplos de la magnificencia de este lugar donde la naturaleza, aún
virgen, nos ofrece un espectáculo inédito, pero son muchos los rincones de este
parque que aún están por descubrir. Y quizás sea mejor que permanezcan así,
alejados del hombre y de su curiosidad, tantas veces dañina para el medio
ambiente.
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