MONASTERIO DE EL ESCORIAL

MADRID

 

 

El monasterio de San Lorenzo de El Escorial es, sin duda, la obra más grande de la España de su tiempo, y una de la mayor y más interesante de las construidas por reyes y emperadores en toda nuestra compleja historia.


Ese grandioso sueño del renacimiento español, esa construcción de tan sugestivas proporciones, esa masa enorme de piedra que constituye el símbolo máximo de la monarquía española del siglo XVI, surgió de la mente de un rey al que algunos llamaron “el rey prudente” y que otros conocieron como “el demonio del Mediodía”, cuya figura ha llegado hasta nosotros envuelta en una aureola de excentricidad y de genio.
 

Es evidente que Felipe II fue uno de los reyes más grandes de su tiempo, pero fue también un hombre de personalidad muy difícil de penetrar, introvertido, muy tímido y dicen las crónicas que también muy autoritario; fue, sin lugar a dudas, un monarca muy culto, inteligente, gran entendido en arte y activo como pocos, y en torno a su figura se han tejido siempre historias fascinantes, leyendas y conjeturas que vienen a situarlo, a pesar de su sinceridad religiosa fuera de toda duda, en una especie de desconocida frontera espiritual, puesto que poco se sorbido, aunque mucho se ha conjeturado, sobre su vida personal.

 

 

 

 

Magnífica biblioteca del Monasterio cuyas librerías diseño Juan de Herrera

Quizá valga la pena, a este respecto, apuntar aquí su amistad con Hyeronymus van Aeken, más conocido como El Bosco, uno de los pintores flamencos más fascinantes del período comprendido entre los siglos XV y XVI, de cuya alucinante obra nuestro rey era un devoto y casi obsesivo comprador (como podemos comprobar en el propio monasterio, donde se conserva “El carro de Heno”, uno de sus cuadros más importantes); se sabe que El Bosco perteneció a una misteriosa cofradía, llamada “de los Hermanos de la Vida en Común”, y alguno de sus cuadros se relacionan con las creencias de los Adamitas, o “Hermanos y Hermanas del Libre Espíritu”, una interesante agrupación místico-religiosa de origen medieval que predicaba la libertad sexual como el modo de conseguir el estado de pureza anterior al pecado original.



Perspectiva del ala sur con la llamada Galería de los Convalecientes


Si traemos a colación tales relaciones es porque muchos autores insisten en buscar al Monasterio de El Escorial significados ocultos, relacionados con alguna lejana tradición cabalística. Nada hay que pruebe tal cosa, a pesar de que los cálculos y medidas del edificio hayan hecho correr, en este sentido, ríos de tinta.

Con todo, el cabal Felipe II, que convirtió la ciudad de Madrid en capital de la política del mundo y que dirigió un imperio “donde nunca se ponía el sol”, no tendría reparos en hacer situar sus dependencias personales en el Monasterio de San Lorenzo siguiendo exactamente el eje de la iglesia, tras la capilla mayor, mirando el este; puede que no sea casualidad que su alcoba esté alineada con precisión con el altar mayor.
 

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Antecámara regia  y  Grandes salas capitulares

 

Conjeturas aparte, El Escorial, además de uno de los mayores logros arquitectónicos del renacimiento español, es todo un compendio de los ideales políticos y religiosos fijados por Felipe II para su reinado, unos principios que, resulta evidente, el rey quiso condensar en una obra grandiosa mediante la cual pudieran alcanzar la posteridad.

Patio de los mascarones de uso exclusivo de Felipe II

Así ha sido, aunque hoy tengamos mayores dificultades que entonces para desentrañar sus misterios y leer entre sus piedras, y en ocasiones nos confundamos buscando un inexistente carácter esotérico o simbólico entre sus paredes.
 

Estatuas de David y Salomón en el patio de los reyes

Acerca de su construcción y de su historia se conoce casi todo lo que concierne a este gigantesco monasterio, que a pesar de haber sido levantado en veintiún años (su primera piedra se colocó en abril de 1563 y la última en septiembre de 1584) fue desarrollándose a medida que se manifestaban la imaginación, los caprichos, los deseos o las necesidades del rey, que solían cambiar con una rapidez tal que conseguía irritar a los más templados arquitectos. Tres fueron los que se hicieron cargo de la monumental obra; el primero de ellos, a quien corresponde su “traza universal” es Juan Bautista de Toledo, un arquitecto español del que se tienen escasos datos y que murió en 1567.                         Pequeño retablo de viaje del emperador Carlos V

Magnífico patio de los evangelistas


                                               
Se cree que había trabajado con Miguel Ángel en la Basílica de San Pedro, en Roma, y fue llamado a España por Felipe II en 1559. Su traza del monasterio lleva fecha de 1562, y su trabajo resultó ser de mayor complejidad que el proyecto definitivo del edificio, que elaboraría a partir de 1569, el arquitecto Juan de Herrera, a quien volveremos a encontrar en otros de los lugares españoles declarados por la UNESCO “Patrimonio de Humanidad”.

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Alcoba de Felipe II, con su cama sobre tarima y con dosel                                                                             Escritorio personal del rey

 

En cuanto al primero de ellos, Juan Bautista de Toledo, dejó El Escorial, además de su gran planta rectangular adornada con una torre a cada esquina, al modo de los tradicionales alcázares-palacio españoles, su maravilloso patío de los evangelistas, en el ala sur, absolutamente italiano.

A su muerte le sucedió Giambattista Castello, llamado el Bergamasco, pero este arquitecto, que apenas tuvo tiempo de construir la escalera principal del monasterio, murió tan sólo dos años después de haber desaparecido Juan Bautista de Toledo.
 

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Biblioteca profusamente decorada con pinturas al fresco, en la que se conservan 60.000 volúmenes y más de 5.000 manuscritos.   Alegoría de la retórica
 

A partir de 1569 y hasta el final de las obras, el edificio estará a cargo de Juan de Herrera, que ya había ayudado al maestro de Toledo años atrás y que fue convocado por Felipe II en virtud de sus conocimientos de geometría y matemáticas (Herrera fue autor de un volumen titulado “Discurso de la figura cúbica”, que contiene elementos de la filosofía de Raimundo Lulio, y fue además inventor de máquinas para levantar piedras e instrumentos de medición).

 

Juan de Herrera terminaría siendo nombrado arquitecto del rey y desarrollando, creando, en definitiva, el estilo oficial impuesto por Felipe II durante su reinado.

 

Él levantó El Escorial, aunque como consecuencia de los caprichos y exigencias reales, tuvo que cambiar una y otra vez muchas de las medidas trazadas por su predecesor de Toledo; construyó completamente la iglesia basándose en el proyecto del italiano Francesco Paciotti y levantó también las fachadas del templo y la principal del monasterio.

 

 

Detalles de los frescos de la biblioteca del monasterio

 

 

Además de esto, y en tanto que arquitecto del rey, Herrera centralizaba todas las esperanzas constructivas de la corona y supervisaba el trabajo de muchos otros arquitectos y artistas, puesto que Felipe II había decidido convocar a los más grandes creadores de su tiempo para que intervinieran con sus obras en la realización y acabado del monasterio. (El rey, en tanto que soberano de buena parte del entonces mundo conocido, hizo venir de todas partes, pero sobre todo de Italia, maestros y especialistas en todas las artes y técnicas de la construcción, de la pintura, de la escultura y la imaginería y del diseño que, en ocasiones, protagonizaron algunos roces con los maestros locales).

Herrera pasó quince años de su vida completamente absorbido por el proyecto de El Escorial, donde dejó alguna de sus más bellas realizaciones y donde, sobre todo, demostró al mundo su genial capacidad para interpretar una arquitectura que a pesar de tener como referencia constante el pleno manierismo italiano, tiene un sello, un estilo propio e indudable, una marca definitiva y muy personal: la impronta de un rey renacentista.

 

Vayamos ahora hacia el interior de esta monumental construcción, donde las maravillas y las obras de arte se suceden sin descanso, y detengámonos un momento en una de sus estancias más impresionantes, la fastuosa biblioteca.

 

Sus inmuebles y estantes fueron diseñados por Juan de Herrera, y sus frescos fueron pintados por el italiano Tibaldi, quien representó en la gran bóveda de cañón y en los pórticos las artes y las ciencias; la decoración es espléndida, pero aquí lo mejor, sin ninguna duda, está en sus anaqueles, que guardan auténticas joyas de la bibliografía, ejemplares únicos en el mundo.

 

CÚPULA

 

 

Espectacular retablo renacentistas de la iglesia del monasterio con pinturas de Tibaldi y Zuccaro
  

Sus primeros libros comenzaron a colocarse en 1565 y apenas treinta años más tarde se había reunido ya la importante cifra de diez mil volúmenes. Aunque fue pasto de las llamas en 1671 y sufrió graves pérdidas, especialmente durante la dominación francesa en España de principios del siglo XIX, al día de hoy conserva sesenta mil volúmenes y más de cinco mil manuscritos.

Aquí se guardan las “Etimologías” de San Isidro y los códices “Albendense” y “Emilianense”, todos ellos del siglo X, el “Códice Áureo”, del siglo XI, los manuscritos de las “Cantigas de Santa María”, de Alfonso X el Sabio… además de miles de otros maravillosos libros y joyas de la estampación, como la importante colección de grabados que reunió Felipe II.

En nuestros días ya no es posible detenerse a leer en su cálida y luminosa sala, que por lo general se visita aprisa y en grupo, pero sí lo es gozar de la deliciosa atmósfera que envuelve este lugar, donde se guarda el fruto de la sabiduría de hombres y culturas de todos los tiempos.
Aunque a decir verdad, más que lo humano, lo importante en este monasterio, o al menos así lo creyó su fundador, es lo divino.
 

Su iglesia, de planta cuadrada de cruz griega y cincuenta metros de lado se considera la máxima realización de la “mística de la geometría y del espacio” de Juan de Herrera. Su cúpula alcanza los noventa y dos metros de altura, su proporcionado retablo es de mármoles de diferentes colores “tiene veintiséis por quince metros” y sus capillas y altares guardan magníficos tesoros del arte del Renacimiento.
 

Hay cuadros de A. Sánchez Coello, Tibaldi y Zuccaro, pinturas de Cambiaso y Lucas Jordán, esculturas de Cellini y Pompeo Leoni…, y en su cripta barroca, bajo el altar mayor, guarda (con algunas excepciones) los restos de todos los reyes y reinas de España desde Carlos V hasta Alfonso XII.
 

 

La Glorificación con frescos de Lucas Jordán

 

Pero hemos de detenernos un momento, entre las numerosas e interesantes dependencias del monasterio, en la escalera principal, aquella que en el ala sur da paso a la galería superior del patio de los evangelistas, y en cuya bóveda pintó Lucas Jordán la “Glorificación”, una escena en la que el mismísimo Felipe II, entre nubes, alza sus coronas hacia el altísimo rodeado de todo un complicado cotejo celestial.

una de las salas de la llamada "casita del príncipe"

El trazado y la construcción de la escalera, concebida al modo de las construcciones imperiales de su tiempo, con escalones bajos y muy prolongados y espacios anchos concebidos para el descanso, son obra del italiano Giambattista Castello el Bergamasco (1509 – 1569), un experto constructor de palacios nacido cerca de Bérgamo, que dotó al conjunto de una muy particular armonía.

Un recorrido por el monasterio, aunque sea breve, no puede eludir la gran sacristía, donde hay obras de Claudio Coello, Tiziano y Ribera, ni las bellísimas Salas Capitulares, decoradas con frescos, bronces y con muy notables pinturas.

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Diferentes salas en la llamada “Casita del Príncipe”, en el Real Sitio de El Escorial
 

De hecho, en la actualidad, el Monasterio de El Escorial es una de las pinacotecas más ricas de España, y reúne en su museo de pintura obras muy importantes de Tiziano, cuyo trabajo está espléndidamente representado aquí, de El Greco, tablas de El Bosco y lienzos de Durero, Veronés, Tintoretto, Ribera y Velázquez, entre muchos otros pintores de los siglos XVI al XVIII.

Es sabido que Felipe II fue un gran amante de la pintura, y la colección por él iniciada en El Escorial fue incrementada en años sucesivos con los fondos y aportaciones de sus descendientes, y muy en especial con la colección de Felipe II.
Y es que, al menos al día de hoy, en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial conviven los Austrias y los Borbones.

El espacio es más que suficiente, (hay espacio también para una comunidad de frailes y un colegio, y aún quedan muchas dependencias vacías) pero no hemos de perder de vista, en los palacios que albergaron a sus respectivos representantes, el enorme contraste, las grandes diferencias que los alejan.

Las dos áreas del edificio destinadas a aposentos de uso reservado a los reyes son un claro exponente de los caracteres de ambas monarquías.

El de los Austrias es sobrio y elevado, está amueblado con parquedad, mira a oriente y permanece en sintonía con la atmósfera general del edificio. Está adornado con pinturas y tapices de la escuela flamenca y consta de los aposentos de Felipe II, los de Isabel Clara Eugenia, el salón del trono y algunas dependencias anejas. El de los Borbones, situado en el ángulo entre el norte y el este, es un auténtico museo de mobiliario y artes decorativas de los tiempos de Carlos III y de Carlos IV; y en sus paredes cuelga, además, una de las más interesantes colecciones de tapices del siglo XVIII, hechos por la fábrica real española sobre cartones de Goya, Rubens, Teniers, Bayeu y Castillo, entre muchos otros.

fachada principal y los hermosos jardines que adornan el acceso a la "casita del príncipe"


Entre uno y otro está la siempre celebrada Sala de las Batallas, una galería en cuyos frescos se puede recorrer parte de la historia de la indumentaria militar de toda una época, además de evocar algunos interesantes episodios de la vida política y militar del emperador Carlos V y de Felipe II.
Finalmente, aunque no forme parte integrante del monasterio de El Escorial, y esté construida en el perímetro del llamado Real Sitio, quizá valga la pena destacar, en el contexto de las artes decorativas del siglo XVIII, la llamada Casita del Príncipe, quizá un pabellón de juegos, quizá una casa en miniatura, quizá un simple modelo, puede que un sueño adolescente.

Toda una neoclásica construcción de dos plantas se nos muestra una miniatura; todos sus muebles están construidos a escala, como en una desafiante recreación de lo ya existente que hubiera de ser reiterada una desafiante recreación de lo ya existente que hubiera de ser reiterada una y otra vez. Sus techos apenas alcanzan los dos metros, pero sus dimensiones son asombrosas y sus respectivas muy armónicas.
Mucho más se podría añadir acerca de la asombrosa obra de Felipe II, de los hombres que levantaron El Escorial. Entre todos labraron dieciséis patios y ochenta y seis escaleras, hicieron mil doscientas puertas y casi tres mil ventanas, pero sobre todo dieron forma a un edificio que llegó a convertirse en emblema de una monarquía, un edificio cuya magia continúa asombrando a todos y cuyas proporciones siguen siendo en nuestros días objeto de atento y apasionado estudio.

 

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