Penumbra y
sombras huidizas, ecos de pasos y de susurros, algún lejano punto de luz que se
abre poco a poco, columnas y arcos que se elevan y se duplican, dovelas
incontables que dan la impresión de multiplicarse en la distancia…; a medida que
nuestros ojos van haciéndose a la semioscuridad que reina en este interior
nuestro asombro crece, como crece la sensación de que nos rodea el infinito.
Aquel que quiso
ser el templo más grande del mundo, un templo que creció y creció durante más de
doscientos años con los diferentes reinados de la dinastía Omeya en el
esplendoroso califato cordobés, no resulta en absoluto fácil de aprehender, y
mucho menos de describir. La mezquita sigue haciendo que contengamos el aliento
en cuanto traspasamos el umbral de su entrada.
Sus veintidós
mil doscientos metros cuadrados se nos imponen y consiguen hacernos entrar en
una dimensión donde se diría que el arte inscrito en este espacio quiere
desafiarnos, retarnos, jugar con nosotros constantemente.
También aquí, en esta Córdoba que fue la ciudad más espléndida de aquel tiempo, la leyenda nos acerca a un personaje y su particular odisea. En el origen de esta magnífica construcción está el éxodo desde Damasco, en el año 750, el único superviviente de una vieja dinastía, los Omeya.
Arcos de
herradura y dovelas decoradas componen en la Mezquita un fantástico universo de
líneas y de proporciones
Temeroso de su suerte, se dice que el nieto del gran Hishem, hijo de Moawia, una esclava bereber, abandonó en la noche su morada y partió hacia los confines del imperio, hacia un remoto lugar al que se conocía con el nombre de Al Andalus. Se estableció en Córdoba y sólo seis años después de la caída del califato omeya en oriente, que lo había exilado, reivindicó y obtuvo para sí el poder en la ciudad andalusí.
En el año 756 Abderramán I, que también tiene enemigos en la península, todavía no se atreve a autodenominarse “emir de los creyentes”, pero adopta para sí el nombre de “hijo de los Califas” y su primera medida consiste en proclamar la independencia del emirato de Córdoba, que un siglo y medio después se convirtió en califato.
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Detalles de las columnas y capiteles de diferente origen
Con el reinado de Abderramán I se iniciaría de inmediato la construcción de la
gran mezquita, un edificio que habría de representar también la grandeza del
nuevo Estado andaluz y cuyo primer trazado terminó Hisam I (788 – 796) el hijo
del rey, quien también construyó un alminar. Así nació la mezquita, quizá con
cierta premura, puesto que se decidió que se elevara en el lugar que ocupaba el
mayor templo cristiano de la ciudad, (constaba de cinco grandes naves) que fue
desmontado con toda minuciosidad y aprovechado en su totalidad.
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EL "MIHRAB" DE aL hAKAM ii VISTA DE LA MEZQUITA PRIMITIVA DE ABDERRAMÁN i
Con estos
materiales y otros de origen hispanorromano y visigótico, los arquitectos y
constructores cordobeses levantaron las once naves, orientadas de norte a sur
(por doce de este a oeste) de que constaba la primera estructura de la mezquita
de Córdoba, a partir de la cual el edificio crecería en sucesivas ampliaciones
hasta que
finalmente,
algunos siglos más tarde, la mezquita sería definitivamente modificada en su
trazado y en su sentido; después de casi cinco siglos llamando a la oración a
los devotos de Alá, el culto cristiano se incrustaría de nuevo en sus muros para
finalmente, allá por el siglo XVI, devenir en una enorme catedral.
La mezquita comenzó a edificarse dentro de las normas de la más rigurosa ortodoxia constructiva musulmana, pero una serie de circunstancias, todavía no demasiado bien conocidas por los investigadores, vinieron a convertirla en un edificio de muy especiales características.
Detalle de las decoraciones y los arcos polilobulados
En principio, consta de una planta rectangular que da a un gran patio rodeado de arquerías, donde se eleva una torre, el alminar o minarete, desde donde se convoca a los fieles a la oración.
El muro del fondo, al que se conoce como “quibla”, guarda siempre en su centro una pequeña estancia, decorada con lujo exquisito; es el espacio más importante de todo el templo, el “mihrab”, la capilla sagrada, siempre orientada hacia La Meca.
Sin embargo en Córdoba el “mihrab” está orientado hacia el sur. Nadie sabe por qué es así, y no contamos con testimonios ni documentos escritos que lo expliquen. Lo cierto es que ya en esta primera fase de la construcción de la mezquita hallamos, no obstante, una serie de características que no pueden por menos que sorprendernos.
Como hemos dicho, encontramos aquí capiteles y columnas muy antiguas, quizá procedentes de edificios y construcciones visigodas y todavía anteriores, cuyo uso nos da una idea de los recursos constructivos de quienes elevaron esta maravilla.
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Vista de la capilla real mudéjar y de la nave renacentista de la catedral
Hay elementos aprovechados, es cierto, pero el arte de quienes los utilizaron estaba lo suficientemente evolucionado como para que el singular estilo de la mezquita absorbiera por completo los rasgos de otros modos, de otras culturas, de otras formas de tallar la piedra o de pulir las columnas.
El gran triunfo del arte cordobés fue, en esta ocasión, asimilar completamente y de un modo absolutamente racional los recursos anteriores y conseguir con ellos un edificio singular de características irrepetibles. Su altura es, por ejemplo, un titánico logro para su época.
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Diferentes perspectivas de la catedral renacentista construida en el siglo XVI e incrustada en el centro de la mezquita de Córdoba
Se ha dicho que
los primeros constructores de la mezquita de Córdoba quizá no fueran lo
suficientemente hábiles, que su nivel técnico probablemente no era el mejor. No
hay en qué sustentar esta afirmación. Lo más cierto es que el desarrollo y
asimilación de las formas constructivas que demostraron quienes allí trabajaron
dieron a la mezquita un carácter absolutamente propio. Sus creadores
desarrollaron un estilo, una manera de construir única y una estética singular,
y entre muchas otras cosas, llevaron a su máxima expresión el uso del arco de
herradura.
Parece cierto que el uso de contrafuertes en los muros exteriores y de dovelas
de piedra y ladrillo (en las que podría estar el origen de la decoración de los
arcos en esos tonos ocres y rojizos) pudo llegar hasta allí desde algunos
edificios y construcciones romanas, como el acueducto de Los Milagros, en
Mérida.Existen
investigadores que defienden estas relaciones, y quizá existan si hemos de
remontarnos a los orígenes de la mezquita, pero en este terreno todo son
conjeturas.
Sigamos, pues,
con la historia conocida de este maravilloso lugar.
Después de realizado el primer cuerpo de la mezquita, Abderramán II, el sucesor del gran “hijo de los Califas”, añadiría ocho naves transversales por el testero, es decir, hacia el sur, y mejoraría el patio.
La planta, que se había convertido en cuadrada, tenía ya unos sesenta metros de lado y albergaba veinte naves.
El templo crecía al ritmo de la ciudad y de sus estructuras políticas y sociales, que ya en esta primera mitad del siglo IV comenzaban a asentar en la estabilidad el todavía emirato independiente.
crucero de la catedral de córdoba
Durante el
gobierno de Abderramán II Córdoba diseñó sus estructuras sociales, económicas,
culturales, e inicio un largo camino de evolución sostenida que la convirtió en
una de las ciudades más importantes y pobladas de su tiempo, en una esplendorosa
capital de Al Andalus donde el arte y la cultura dejarían testimonios de
inquebrantable belleza.
Entramos ya de
lleno en los albores del siglo X, uno de los momentos de mayor esplendor de
Córdoba, que en pocos años se convertirá en Califato. Será el mítico Abderramán
III quien de carta de naturaleza a este asunto, al proclamarse en el 929 Califa
de un Estado que alcanzará el mayor protagonismo en todo el occidente. Nunca las
ciencias y las artes habían tenido igual desarrollo, nunca las grandes ciudades
de Al Andalus habían estado tan pobladas.
Córdoba contó
entonces con doscientos cincuenta mil habitantes, y la ganadería, la industria
textil y cerámica, la artesanía, conocieron un desarrollo insospechado. Fueron
tiempos de estabilidad y sostenido crecimiento económico en los que, además,
habían aparecido ya dos nuevas e importantísimas industrias: la del papel y la
del cristal, cuyos secretos dieron a Al Andalus la hegemonía comercial de este
último producto con todo el oriente. La medicina, la botánica y la farmacología
florecieron, y también lo hicieron en el Califato de Córdoba, por algún tiempo,
la astronomía y las matemáticas. Durante el reinado de Al Hakam II, en la
segunda mitad del siglo X, la curiosidad científica alcanzó las cotas más altas
de todo Islam, y la literatura y la poesía fueron artes cotidianas.
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Detalles de las decoraciones exteriores de algunas portadas que dan al ala occidental de la mezquita
En Córdoba se alzaron las primeras bibliotecas dignas de este nombre (se dice que la del Califa contenía cuatro mil volúmenes) y ya entonces, la ciudad importaba libros de Iraq y de Bizancio. Los lazos y trasvases culturales con oriente eran, además, tradicionales y muy ricos, y las influencias y estilos iban y venían en un floreciente comercio intelectual.
En este período la mezquita de Córdoba creció de nuevo, y según los expertos, fue entonces cuando se incorporaron al edificio los primeros elementos nuevos construidos para ese propósito y dejaron de aprovecharse restos de construcciones más antiguas. Entre los años 961 y 968 Al Hakam II continuó la ampliación del edificio, al que dotó de doce nuevas naves hacia el sur y de algunos elementos decorativos novedosos y de especial importancia.
En esta época
comienza a utilizarse aquí el arco lobulado, la máxima expresión del arte de los
arquitectos y maestros constructores cordobeses, que van revistiendo la mezquita
de una complejidad cada vez mayor.
En esta nueva ampliación alcanzará ya los ciento ochenta metros de fondo que tiene en la actualidad, y en su nueva y definitiva “quibla” se alzará otro “mihrab” de fastuosa decoración, cuya portada, realizada en mosaico de vidrio por un artista bizantino venido a Córdoba sólo con este propósito, es una de las más bellas de su tiempo.
vista general de esta fachada, con el “postigo de la Leche”, del siglo XV
En torno a este
lugar, los primitivos arcos de herradura de la mezquita, luego apuntados, se
convierten definitivamente en lobulados, se despliegan, se multiplican y
entrecruzan y se elevan sobre sí mismos en una cada vez más barroca
interpretación del espacio. Aquí, en las tres superficies centrales frente al
“mihrab” alcanzó el arte califal sus extremos suntuosos y sus más notables
bellezas; los artistas se esmeraron hasta tal punto que consiguieron un tupido
calado de arcos cuyas formas influyeron poderosamente en todo el arte musulmán
que se generó con posterioridad.
Después de
transcurridos doscientos años desde que los primeros constructores de la
mezquita colocaran sus primeras piedras, el edificio todavía no está terminado.
La historia aún vería una nueva ampliación, esta vez de la mano de Almanzor, el
último de los califas cordobeses, que tomó el poder en el año 978. Eran tiempos
en los que ya se alumbraba la decadencia del califato, al que sucederían toda
una serie de infinitos y complejos pequeños reinos que se llamaron de Taifas.
En estas circunstancias Almanzor quiso también para sí la misma gloria de sus predecesores, y como el edificio había llegado a sus máximas dimensiones por el sur, decidió ampliarlo por su lado oriental con ocho nuevas naves a todo lo largo. La mezquita alcanzaría así los ciento treinta por ciento ochenta metros que hoy tiene.
Ya no crecería más, aunque durante muchos siglos continuó siendo el centro religioso del aquel Al Andalus fascinante que, entre tantas otras cosas, rescató para nosotros algunos de los más importantes textos de los autores clásicos griegos y romanos.
Pero merece la pena observar también detenidamente su exterior, aunque haya llegado hasta nosotros con un rostro bastante diferente del que fue dado en su tiempo; en torno al hermoso Patio de los Naranjos que rodea el gran aljibe se abren algunas puertas interesantes; en la actualidad entramos en la mezquita por una que corresponde a la ampliación de Almanzor, pero en esta fachada norte la principal es conocida como la puerta “del Perdón”, construida en el siglo XIV, mudéjar, y que tiene algunos añadidos del siglo XVI.
En la fachada occidental, en la que se apoya cada día la luz del atardecer, hay también algunas puertas muy bellas, como el llamado “postigo de la Leche”, del siglo XV, aunque la única que se conserva en estado primitivo es la llamada de San Estaban.
Una de las puertas de la mezquita, en la fachada occidental
También aquí
podemos contemplar algunas otras, quizá en exceso restauradas, donde podemos
advertir con claridad la sutileza de los artistas de la piedra en el tratamiento
de los elementos decorativos labrados o revestidos de azulejos y materiales
cerámicos y vidriados.
Hay que dejar
volar la imaginación para intentar adivinar cómo debió ser, en sus momentos de
esplendor y con toda su pureza de líneas, esta maravilla de la arquitectura.
Sabemos que sus techumbres eran planas, con artesonados de madera; sabemos que
tuvo un magnífico lucernario y un minarete de gran belleza, pero el tiempo y los
hombres fueron incorporando más y más elementos a la estructura original, de
modo que el esfuerzo que debemos hacer para entenderla en toda su dimensión es
más que notable. Se dice que en siglo XVI un terremoto dejó en muy malas
condiciones el alminar, y fue entonces cuando entre sus restos se elevó la
actual torre renacentista de la catedral, una de las mejores de su tiempo.
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detalle de dos celosías de mármol
Pero antes había
habido ya muchos cambios, cambios que comenzaron desde el momento en que el rey
Fernando III reconquistó la ciudad de Córdoba para los reinos cristianos. En el
año 1236, y de inmediato se consagró la mezquita al culto cristiano, lo que
conllevó numerosas y sucesivas modificaciones en el edificio. A partir de 1257
se adaptó el lucernario, y aunque los cambios fueron lentos no por ello
resultaron menos definitivos.
Un siglo más tarde comenzaba a construirse la capilla real mudéjar (1371), además de algunas otras de menor importancia que fueron adosándose poco a poco a los muros interiores de la mezquita.
El proceso no se detendría ya casi hasta nuestros días.
En el siglo XVI se alzó por fin la gran capilla mayor de la catedral, que literalmente se incrustó en el viejo edificio, haciendo que éste perdiera para siempre su armonía original.
El gran cimborrio catedralicio, el enorme e inusitado coro, las decoraciones renacentistas y platerescas se permiten el lujo de alzarse sobre aquella purísima estructura de sencillos arcos que durante tantos siglos había permanecido intacta.
puerta de san esteban, se conserva su estado original
Hay otros ejemplos de estas traumáticas fusiones de estilos, como la construcción del desafortunado palacio de Carlos V sobre la Alhambra, pero en Córdoba la pérdida resulta particularmente dolorosa.
Es toda una lección de desmesura la que nos transmiten las construcciones del renacimiento, que probablemente se creyeron llamadas a restaurar aquí lo que había sido, en los siglos VII y VIII, un templo cristiano.
Hoy adornan la
mezquita numerosas capillas en las que aparece todo un rosario de estilos y
tendencias artísticas cuya importancia es irrelevante en el espacio en que se
hallan.
Hay altares renacentistas y barrocos, imaginería de los últimos cinco siglos…,
hoy la mezquita es también catedral, y lleva siéndolo mucho tiempo, con todo lo
que eso ha significado u significa para el edificio original, cuyos mármoles y
labrados, cuyos símbolos y significaciones continúan cambiando con el tiempo.
No es en vano que un templo se superpone a otro, se incrusta es él. Así ha sido desde siempre, y así se ha avanzado en el intercambio de culturas, en el mestizaje, en la fusión de los pueblos en torno a ideas comunes o simplemente cercanas.
La mezquita de Córdoba ha sido y es, al cabo, un importante centro espiritual de las dos religiones monoteístas más importantes de todo el mundo, de toda la historia.
Sus paredes, sus columnas siguen en pie ahí para dar fe del paso del tiempo y de las transformaciones que éste produce en el hombre y en sus sucesivas sociedades.
En su vasto espacio hay columnas romanas y capiteles corintios que tienen casi veinte siglos de antigüedad, mármoles visigóticos, ladrillos medievales, labrados mudéjares…, hay también pilares levantados en el renacimiento decoraciones platerescas y barrocas y, sobre todo, intrigantes soluciones arquitectónicas, constantes desafíos a la creatividad.
La puerta mudéjar “del Perdón” levantada en el siglo XIV
Si es cierto que desde un punto de vista estético nuestra sensibilidad puede quedar afectada por esa brutal fusión de elementos que hoy caracteriza este edificio, no lo es menos que bajo el techo de la mezquita de Córdoba aún tiene cobijo una atmósfera donde la sencillez y la profundización en una idea dan al entorno un carácter esencialmente sagrado.
El laberinto, la
ilusión, la multiplicación, devienen aquí en una extraña paz espiritual que
tiene mucho de mágico encantamiento.
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