El Imperio Romano dejó muchas y muy impresionantes construcciones y obras de arte en la Península Ibérica, que aún conserva, desperdigados por su extensa geografía, gran número de hermosos restos arqueológicos que constituyen para nosotros auténticos tesoros de la antigüedad.
Es cierto que
cada uno de estos vestigios es en sí mismo de una belleza única e inigualable y
que resulta absurdo establecer comparación alguna entre unos y otros, pero si
tuviéramos que elegir un lugar donde hallarlo casi todo, éste quizás debería ser
la ciudad de Mérida.
De entre todos los restos romanos que se conservan en España, quizá sea aquí, en
la antigua y notable “Augusta Emerita”, donde podamos comprender con mayor
facilidad la grandeza de una ciudad romana en su totalidad, una ciudad que en
este caso fue además capital de la Lusitania, una de las tres grandes provincias
del imperio romano en Hispania, la antigua Iberia.
Fundada en el año 25 antes de Jesucristo, en tiempos del emperador Augusto.
El llamado “Templo de Diana”, cuyas columnas miden más de diez metros de altura
Mérida llegó a
ser la primera y principal de las ciudades romanas en este suelo, y la que
alcanzó mayor esplendor y fama; su belleza y su importancia llegaron a ser tales
que con el tiempo se convirtió en todo un símbolo de la orgullosas Roma en las
lejanas tierras de occidente, y fue citada por Ausonio en el siglo IV en la
relación que hizo este autor de las diecisiete ciudades más
importantes de su tiempo.
La ciudad que
tiene su origen en el botín prometido por el emperador a sus soldados, a quienes
Augusto premió con el gobierno y la propiedad de este estratégico lugar después
de la guerra contra los cántabros; fueron estos soldados, los “eméritos” de sus
legiones V y X, quienes alcanzaron sus primeras piedras en un lugar de paso
obligado en la calzada que por el oeste, unía el norte y el sur de la península,
una ruta que después sería conocida con el nombre de “Ruta de la Plata”.
Detalles de los adornos de mármol de la escena del teatro romano, construido en tiempos de Trajano
En su primer
trazado, la ciudad fue concebida como cabeza de puente a orillas del Guadiana,
en el lugar donde este río confluye con un afluente, el Albarregas, y con el
tiempo contó con magníficos templos, un gran foro, basílica, curia, termas,
plaza pública, enormes y lujosas villas, un magnífico sistema de alcantarillado
y canalización de aguas, acueductos, teatro, anfiteatro, circo…, contó con todos
los elementos, en fin, de una gran ciudad, de una urbe alzada a la medida de la
gran Roma.
Una de las entradas al recinto, con mampostería de granito
Pues bien,
Mérida es muy probablemente el único lugar de la geografía española donde aún
quedan vestigios importantes de la mayoría de los elementos que conformaban las
ciudades romanas, una circunstancia que la convierte en una zona de grandísimo
interés para la arqueología, puesto que resulta muy difícil encontrar, sino es
en la misma capital del imperio romano, un conjunto de vestigios de esta cultura
tan importante como el que reúne Mérida, que después de la dominación romana y
de un interesante periodo visigótico entre los siglos V y VIII, sería arrasado
por completo en tiempos de la dominación árabe.
El “frons scaenae” del teatro romano de Mérida con el espacio semicircular reservado al coro
Su gran historia no pasa, pues, de la Edad Media, y los rastros de la que había sido una deslumbrante y cosmopolita metrópolis desaparecieron por completo en el siglo IX, permaneciendo ocultos casi hasta nuestros días.
Mérida, aquella ciudad donde se habían elevado templos y edificios que fueron orgullo de toda Roma, fue destruida, enterrada y olvidada para siempre. En su lugar quedó tan sólo un villorrio que Alfonso IX entregó en vasallaje en el año 1228 al arzobispo de Compostela, quien a su vez concedió el señorío al gran maestre de la Orden de Caballeros de Santiago.
Su historia
inició así una prolongada decadencia que no terminaría hasta bien entrado el
siglo XX.
________________________________________
Fachada del escenario del teatro desde una de las galerías de acceso a la “orchestra”
Interior y entrada al aljibe de origen romano de la Alcazaba
Pero el la
Mérida romana, la gran capital de la Lusitania, la que es aquí objeto de nuestro
interés. Una Mérida que en los primeros siglos de nuestra era llegó a ser centro
de la vida cultural, política, militar y administrativa de una enorme provincia,
una ciudad que probablemente sobrepasó en sus mejores momentos los cuarenta mil
habitantes (aproximándose a los cuenta en la actualidad), y que supo reunir una
población diversa y heterogénea en la que abundaban, junto a los ciudadanos
romanos, muchos orientales y africanos, además de los pobladores locales,
naturalmente.
Por otra parte,
Mérida había sido diseñada pensando en el futuro, algo que siempre hacían los
ingenieros romanos, de manera que su crecimiento se produjo de modo muy armónico
y en dos fases; la primera, de construcción augustea y que conocemos
perfectamente por su red de alcantarillado, tuvo planta cuadrangular, y
posteriormente, en tiempos de Trajano, fue ampliada hasta cerrar un rectángulo
de mil cuatrocientos metros por trescientos cincuenta de lado. Su recinto
amurallado protegía unas ochenta y cinco hectáreas de terreno, y si esplendor,
por lo que sabemos, superó los tres siglos.
Podemos hacernos una idea de la importancia que tuvo si consideramos, por un
instante, los aforos de sus edificios públicos más notables; el teatro, que
podía a seis mil espectadores, el anfiteatro con capacidad para unos quince mil,
y su circo, que podía albergar a treinta mil personas. Las cifras no son nada
despreciables y nos proporcionan datos definitivos sobre la importancia de la
comunidad que la habitó.
Cursemos ya visita a sus bellezas y comencemos por el teatro, quizás el más
representativo y conocido de los edificios emeritenses, cuyos siete grandes
contrafuertes, llamados “las siete sillas” siempre habían estado a la vista,
pero que no comenzó a ser excavado hasta principios de nuestro siglo por el
arqueólogo José Ramón Mélida.
_____________________________________
Hornillo de Santa Eulalia construido en el siglo XVII con mármoles procedentes del templo consagrado a Marte
Puerta norte del anfiteatro romano
Fue restaurado
entre 1960 y 1970 bajo la dirección del arquitecto José Menéndez-Pidal, y sus
primeras piedras, que datan del año 15 antes de Cristo, fueron alzadas en la
suave ladera del cerro que hoy llamamos de San Albín por Marco Agrippa, el yerno
del emperador Augusto; el edificio no fue completamente terminado hasta el siglo
IV, pero sabemos por algunas inscripciones halladas en el lugar, que entre sus
mármoles trabajaron, sobre todo en sus primeros tiempos, algunos artistas
griegos. De hecho, la fachada de la escena que vemos ahora corresponde a los
tiempos de Trajano, una época bastante posterior (entre los siglos I y II d.
C.), y nada sabemos de cómo pudo ser la fachada original. Por la reconstrucción
actual podemos apreciar la gran belleza que tuvo este “frons scaenae”, que se
alzaba en dos cuerpos sobre un podio revestido de mármol.
Los zócalos en mármoles rojos, las columnas en grises azulados y las blancas
cornisas debieron componer en sus tiempos de esplendor un espectáculo de belleza
y armonía deslumbrantes. Por sus tres puertas accedían los actores a un gran
escenario (media sesenta por siete metros), embellecido con hermosas estatuas de
Plutón, de Ceres y de Proserpina y también con representaciones de emperadores y
de personajes togados.
El teatro tenía también un lugar reservado al coro, un espacio semicircular
situado delante del escenario que estaba pavimentado con mármoles azulados
formando cuadrículas entre bandas de mármol rojo.
Este lugar, la
“orchestra”, estaba separado del graderío por un pequeño mural también de mármol
ricamente decorado, y se accedía a él mediante dos galerías abovedadas que
desembocan en los laterales del edificio, cuyas gradas componen un perfecto
semicírculo.
Vale la pena hacer un esfuerzo de imaginación por visualizar en el espacio que
tenemos ante nosotros todos los elementos que en sus momentos de mayor belleza
pudo contener este espléndido teatro.
______________________________________________
una de
las puertas de
acceso
Interior del museo romano de Mérida
Muy cerca están los restos del magnífico anfiteatro de planta elíptica (ciento
veintiséis por ciento dos metros), menor que algunos hallados en otros puntos de
la Península, pero cuya ornamentación fue en su día fastuosa.
Fue elevado casi al mismo tiempo que el teatro, en la primera década del siglo I
de nuestra era, y guarda con este último edificio una curiosa relación de
proporciones.
Construido con sillares de piedra y hormigón y con ladrillo, sus contrafuertes
tienen el mismo estilo que los del teatro, y son de mampostería labrada en
granito, formando almohadillados. Se abrió al público en el año octavo, según
consta en una inscripción hallada entre sus piedras y podía albergar, como hemos
dicho anteriormente a unas quince mil personas.
En su arena se celebraron toso tipo de espectáculos gladiatorios y de combates
entre fieras, y hay quien sostiene que su foso podría haber sido concebido
también como estanque para realizar juegos acuáticos, puesto que se han hallado
restos de un revestimiento impermeable y también un gran desagüe, aunque los
expertos no se han puesto de acuerdo respecto a la función última de estos
elementos.
En los extremos este y oeste del eje mayor tiene dos grandes corredores de
acceso a la arena, y su puerta principal está orientada hacia el sur; sobre
ella, por donde también se accedía a la arena, había un palco, y frente a éste,
en el norte, otro donde se situaban los personajes principales.
El anfiteatro
también fue reformado en la época de Trajano, y embellecido con mármoles,
pinturas
y adornos incluso en su interior, recorrido por gran número de galerías,
pasillos, estancias y corredores que comunicaban entre sí muchas de las
dependencias interiores con los graderíos y el exterior, y permitían, a su vez,
la cómoda y fluida circulación de los miles de personas que asistían a los
juegos.
Motivo marino en un mosaico de la “Villa del Anfiteatro”
También a poca
distancia de este lugar se hallan los restos del circo, el enorme estadio
destinado a las grandes competiciones deportivas y a las carreras de carros (“bigas”
cuando se trataba de dos caballos y “cuadrigas” cuando cada carro alineaba a
cuatro animales).
Una calzada excavada en los sótanos del museo
El recinto mide cuatrocientos cuarenta metros de largo por ciento quince de ancho, y en su “arena”, con una superficie de treinta mil metros cuadrados, podían alinearse hasta doce carros al mismo tiempo.
Tuvo doce
puertas que medían tres metros y medio de ancho y otra central, llamada “porta
pompae” que casi alcanzaba los cinco, y en sus gradas podía alinearse hasta un
máximo de treinta mil espectadores.
Fue una obra gigantesca y espectacular, puesto que se realizó, en su lado sur,
sobre una colina.
Mosaico con motivos geométricos
En Mérida se han hallado, además, numerosos mosaicos y hasta pinturas murales con temas ecuestres, lo que nos transmite el notable interés de los ciudadanos por los ejercicios a caballo; incluso han aparecido recientemente en un mosaico los nombres de algunos de estos animales y de sus jinetes.
Busto del emperador Augusto
Después de estos
tres importantes testigos de lo que fue la grandeza de Roma en la Lusitania,
quizá sean los puentes las construcciones romanas mejor conservadas de la
ciudad.
Mérida tiene dos, que con añadidos y reparaciones a los largo de casi dos mil
años, aún están en pie y en buen uso.
Uno es el puente sobre el río Guadiana, una construcción que mide setecientos
noventa y dos metros, lo que lo convierte en uno de los mayores del mundo
antiguo, y aunque en su origen fueron dos los puentes que se comunicaban por
medio de una isleta en medio del río, con el tiempo ambos se unieron formando el
único cuerpo actual.
Fue derruido y reconstruido en numerosas ocasiones, pero todavía se conservan
siete arcos, entre los mejores de esta impresionante obra arquitectura, que son
de fábrica romana, las siete más cercanas de la Alcazaba.
El segundo puente romano se alza sobre el río Albarregas, es mucho menor que el anterior (mide tan sólo ciento cuarenta y cinco metros), y está, no obstante, muy bien proporcionado; tiene cuatro grandes arcos con una luz de casi cinco metros cada uno, y está construido con sillares de granito.
_________________________________________________
Ruinas del bellísimo “Templo de Diana”
Graderías del anfiteatro
Detalle de los mármoles tallados que formaron el Templo de Marte
Ha sido menos
restaurado que el gran puente sobre el Guadiana, lo que ha mantenido el encanto
de la obra original, y en la actualidad sirve de marco a una panorámica
deliciosa, la que proporciona desde aquí la vista del sorprendente “acueducto de
los Milagros”, una obra prodigiosa que hacía llegar el agua a la ciudad desde el
embalse de Proserpina, a lo largo de un serpenteante recorrido de varios
kilómetros de distancia.
Fue construido
para salvar un tramo de ochocientos veintisiete metros por medio de tres pisos
de arquerías sobre pilares de hormigón romano, de granito y de ladrillo rojo, y
los arcos bajos son de dovelas de granito, mientras los superiores están
fabricados en ladrillo, un material que aparece cada cinco hileras de piedras,
lo que da al conjunto un especial cromatismo.
La obra está datada en tiempos de Augusto, al poco de la fundación de la ciudad, y tiene características semejantes a las que tuvo el segundo de los acueductos emeritenses, el de San Lázaro, del que apenas quedan cuatro grandes pilares, a pesar de que fue mucho más largo que el anterior.
Midió mil
seiscientos metros de longitud, aunque era más achatado, pero la mayoría de sus
piedras fueron utilizadas para construir un nuevo acueducto para la ciudad en el
siglo XVI.
Y es que el agua y su traída siempre fueron importantes en Mérida.
La ciudad romana conserva todavía en muy buen estado sus captaciones subterráneas romanas, realizadas en su mayoría con galerías abovedadas que recogían y transportaban el agua hasta una torre de decantación cercana al anfiteatro, de donde partía una nueva red de galerías que la distribuía por toda la ciudad.
El agua llegaba desde el embalse de Proserpina, a unos cinco muros kilómetros de la ciudad, una presa cuyos muros también levantaron los romanos y que hasta hace muy poco aún retenía el agua de lluvia con que la ciudad saciaba su sed.
GALERÍA ADORNADA CON MOSAICOS GEOMÉTRICOS EN LA "VILLA DEL ANFITEATRO"
La presa mide
cuatrocientos metros de corona y sus muros tienen una altura desde sus cimientos
de veinte metros; puede almacenar hasta cuatro millones de metros cúbicos de
agua y en su día contó con un canal de alimentación que recogía agua de un
pequeño río y dos torres de desagüe a ambos lados del muro de contención.
Y si hablamos de agua hemos de hacer referencia también al famoso aljibe de
origen romano que todavía hoy se conserva en el interior de la llamada
“Alcazaba”, un recinto militar amurallado que da al puente sobre el río
Guadiana, y un lugar donde confluyen cuatro épocas; la romana, la visigoda, la
árabe y la medieval.
Para construir sus fuertes murallas, elevadas en tiempos de la dominación árabe
de forma un tanto apresurada, se delimitó un perímetro cuadrado de unos
quinientos metros, y se utilizaron numerosos elementos romanos procedentes de
edificios y construcciones muy variadas. La fortaleza llegó a contar con más de
una veintena de torres que defendían, además, una instalación estratégica; el
gran aljibe, el pozo que aseguraba el suministro de agua a los habitantes de tan
estratégico lugar.
Parece claro que
el aljibe ha sido alterado a lo largo del tiempo, puesto que entre sus paredes y
en su construcción aparecen incrustados elementos romanos y visigóticos con
bellísimos adornos, como en el caso de los pilares que adornan sus dos entradas,
cuatro piezas de mármol blanco talladas con gusto exquisito en época visigótica.
Una larga rampa que puede ser utilizada por caballerías conduce hacia el
interior del gran pozo, cuyo nivel es el del agua del río.
Acueducto de los Milagros
Pero no se
agotan aquí las posibilidades de Mérida, una ciudad que tuvo también numerosos y
magníficos templos. Sabemos que hubo uno dedicado a Marte porque así aparece
grabado en algunas piedras romanas de gran empaque que se utilizaron en el siglo
XVII para construir un pequeño oratorio, conocido hoy como el “Hornillo de Santa
Eulalia”, pero no sabemos dónde estuvo.
También hay noticias de un Templo de la Concordia y de otros dedicados a las
diosas Cibeles y fortuna, además de otro gran lugar de culto a Mithra, pero en
la actualidad solo un templo, el llamado “Templo de Diana” (así lo bautizó un
historiador en el siglo XVII y con este nombre se quedó, aunque parece que
estuvo consagrado al culto imperial) permanece en el mismo lugar donde fue
elevado entre los siglos I y II después de Cristo.
Su fachada sur daba al foro municipal, tenía planta rectangular y seis columnas
en los lados menores y once en los mayores; sus columnas, de bellísimos
capiteles corintios, medían más de diez metros de altura, y sólo los capiteles
ochenta y cinco centímetros. Su lado sur se ha conservado en buen estado gracias
al aprovechamiento que hizo de parte del edificio un noble del lugar, que
construyó su palacio entre sus columnas, lo que ayudó a sostener su estructura,
pero se ha perdido prácticamente toda su ala norte, que daba a la “vía Decumana”,
la avenida principal de la ciudad romana.
Galería adornada con mosaicos geométricos en la “Villa del Anfiteatro”
Por último, hay que detenerse en el área cercana al teatro y al anfiteatro,
donde además de algunas interesantes villas romanas, con estancias adornadas con
bellos mosaicos se alza el impresionante Museo Nacional de Arte Romano, donde se
guardan la mayoría de las piezas originales que se han hallado en las
excavaciones realizadas en la ciudad.
El mismo edificio, construido sobre una de las zonas más densamente pobladas de
la ciudad romana, muestra en sus criptas y sótanos numerosos restos excavados de
calzadas, enterramientos, canalizaciones de agua, casas y estancias adornadas
con pinturas al fresco…; su gran sala central, de buena luz cenital, muestra
algunas magníficas esculturas (Mercurio, Isis, Chronos-Mithra, un buen busto de
Augusto), y grandes piezas de arquitectura ornamental, y sus salas y galerías
laterales, que se alzan en tres niveles, hay muy buenas colecciones de lápidas,
monedas, cerámica, vidrio, inscripciones, bronces y joyas que nos permiten un
recorrido muy cercano por la sensibilidad de sus habitantes de esta antigua
ciudad romana.
Puente romano sobre el río Guadiana
Desde el museo
puede accederse, gracias a unos pasadizos subterráneos de moderna construcción,
hasta la zona del teatro y el anfiteatro, donde hay que visitar la “Casa del
Anfiteatro”, una villa construida entre los siglos III y IV, que presenta la
singularidad de albergar en su entorno interesantes restos arquitectónicos, como
un tramo de acueducto con una fuente en forma de cabeza de león y parte de una
muralla; la villa, en la que hay termas, pozos, zonas ajardinadas y patios y
conducciones de agua caliente y fría, tiene buenos mosaicos, decorados con
motivos marinos; sin embargo, el mejor de todos los hallados en Mérida apareció
en la llamada “Casa del Mithraeo” y es una excepcional obra de arte.
Se la llama el “Mosaico Cósmico”, puesto que en él aparecen representados el
tiempo, el cielo, el caos, el sol, la luna y la tierra, los elementos y las
estaciones, los grandes ríos entonces conocidos…; toda una cosmografía cuya
perfección y riqueza simbólica la convierten en una de las mejores piezas
encontradas en Mérida, donde aún continúan realizándose excavaciones día tras
día. La gran ciudad romana tiene todavía mucho por descubrir.
PINCHAR EN LA FLECHA PARA VOLVER ATRÁS