CIUDAD VIEJA AVILA

SUS IGLESIAS EXTRAMUROS

 

Se diría que Ávila es una ciudad llena de secretos. Silenciosa y tranquila, se nos muestra introvertida y tan discreta en nuestros días como batalladora fue en otros y lejanos tiempos.

Aún conserva la atmósfera irreal de un pasado que allá por el siglo XV y XVI fue floreciente y hasta esplendoroso, pero que hunde sus raíces todavía mucho más atrás en el tiempo.

La ciudad constituye un recinto pequeño y apretado, de dimensiones perfectamente humanizadas, y sus poco más de dos kilómetros y medio de espléndida muralla son suficientes para convertirlas en un buen testimonio de lo que fue el trazado de las ciudades – fortaleza en el medioevo castellano.

El coche es un absurdo en esta superficie de apenas tres kilómetros cuadrados que puede recorrerse de punta a punta en un momento, aunque conviene saber, antes de lanzarse a ello, que en este antiguo lugar ha habido, desde siempre, dos dimensiones, dos ámbitos perfectamente delimitados por ese fuerte perímetro de piedra que constituye el cerco amurallado: afuera, la ciudad crece de modo indiscriminado, un tanto caótico; murallas adentro, el crecimiento es, debe serlo, sostenido, mucho más difícil.

 

 

 

 

La ciudad de Ávila desde “Los cuatro postes”

 

 

Al fin y al cabo se trata de un espacio angosto, habitado desde muy antiguo, cuyo sentido último es, desde casi diez siglos, ser defendido de cualquier agresión exterior.

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La puerta de San Vicente, en el lienzo de la muralla                                                   Vieja construcción sobre la muralla probablemente del siglo XVIII

Ávila es un apretado racimo de piedra gris y aire melancólico, y esas murallas de gran altura y enorme empaque que la cierran por completo y casi en redondo, y que la protegen, pero que también la aíslan, son la razón de ser de la ciudad, aunque parte muy importante de su gran patrimonio artístico, como sus maravillosas iglesias románicas, se construyeran extramuros y frente a las antiguas puertas de acceso.

Este obligado contraste entre interior y exterior resulta muy interesante, pero no debemos dejar que nos sorprendan las asimetrías del presente en una crónica que debe tener una obligada cronología.
 

De la dilatada historia de Ávila, entre algunas otras cosas, digamos que el lugar había sido habitado ya por tribus celtas y que perteneció al imperio romano desde el 218 antes de Cristo.

 

 

Vista del lienzo sur, con la balconada del Palacio Episcopal
 

En el siglo V se establecieron aquí algunas tribus germánicas, y en el siglo VIII fue ocupada por los musulmanes. El asentamiento original, hoy encerrado por el enorme cinturón de piedra, es un escarpe rocoso que domina, por el noroeste, el valle del río Adaja, una especie de terraza entre la sierra y la tierra llana que ejerció durante siglos el privilegiado oteadero para un inmenso campo de batalla.
Durante la Reconquista la ciudad fue ganada y perdida varias veces por cristianos y por musulmanes, y durante más de tres siglos este lugar fue tierra de nadie. Sería Alfonso VI, después de la reconquista de Toledo en el año 1085, quien ordenara su repoblación y confiara la labor a su yerno Raimundo de Borgoña.

Panorámica del lienzo oeste de la muralla de Ávila
 

 Toda la banda meridional del río Duero, que se hallaba devastada por las guerras constantes, iba a ser de nuevo habitada para que la conquista cristiana pudiera asentarse debidamente. A Ávila llegaron, desde el norte, francos, vascos y navarros, cristianos, judíos y mozárabes que se instalaron aquí y que aquí construyeron, a partir de este momento, la que más tarde se convertiría en una de las más grandes ciudades de todo el reino de Castilla.
Fue entonces, dice la leyenda, cuando comenzaron a elevarse las murallas.

La tradición cuenta que entre sus sillares trabajaron nada más y nada menos que dos mil esclavos árabes, bajo las órdenes de tres maestros de obras; uno romano, llamado Casandro, uno francés, a quien en Ávila se conoce como Florin de Pituenga, y un tercero que, como no podría ser de otro modo, se llamaba Alvar García.
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Fachada septentrional de la catedral                                                                        SEPULCRO del obispo Alonso de Madrigal, llamado “El Tostado”                 

Esto es cuanto se dice en la ciudad, aunque en verdad poco se sabe de lo que pudo haber ocurrido en realidad; esto es sólo una antigua historia abulense que acerca hasta nosotros un retazo de la memoria colectiva y que probablemente contenga algunos datos ciertos, pero también es muy posible que éstos, como veremos, estén tan mezclados como para hacer vivir a un constructor romano de los tiempos de Augusto con el medieval Alvar García. Según la tradición, las murallas se inician en el año 1090. Pero es muy probable que muchos siglos antes los romanos hubieran puesto ya en el lugar más de una piedra.

De hecho, algunos de los sillares mejor ordenados de los muros son romanos, y en algunos tramos de muralla pueden observarse junto a las características de las construcciones de su tiempo, algunas piedras y mármoles que antes fueron lápidas, estelas o urnas funerarias romanas.

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La casa de los Dávila del siglo XVI junto a la puerta del Rastro                                            torreón de los Guzmanes y una ventana del siglo XVI

 

No hay duda, pues, de que la ciudad estuvo amurallada ya en tiempos muy remotos, pero sus actuales lienzos, cuyo trazado se conserva íntegro, probablemente se elevaron bajo las órdenes de algún arquitecto traído del norte por Raimundo de Borgoña, un maestro constructor de quien nada se sabe en absoluto y que debió utilizar como mano de obra, entre otros, a buen número de infieles capturados por el rey cristiano.
Así debió levantarse este espectacular perímetro jalonado por ochenta y seis torres de planta semicircular, algina de ellas de más de doce metros de altura, y en cuya construcción no aparece ni rastro de influencia morisca, lo que ha hecho pensar a los especialistas que el imaginario arquitecto probablemente fuera francés y que los legendarios esclavos árabes quizá tampoco lo fueran tanto.
Fuera como fuere, el hecho indiscutible es que en torno a esta ciudad se levantó entre los siglos XI y XII el más completo y antiguo recinto amurallado de todo el medioevo español con que contamos en la actualidad, una obra que para los abulenses está ahí “desde siempre” y sin la que Ávila resultaría imposible de imaginar.

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Portada renacentista de la casa de Almarza                                                                                           Cimorro o ábside de la catedral

La más fuerte y grandiosa de sus torres, que da a oriente y está situada entre las puertas de San Vicente y del Alcázar es el aquí llamado Cimorro, en realidad el ábside de la catedral, que se incrusta entre los muros de piedra de la ciudad haciendo una impresionante demostración de fuerza. También aquí el lugar más sagrado está fuertemente defendido, protegido de invasiones y ataques por una inexpugnable y semicircular pared de piedra que no puede por menos que asombrarnos. Nunca como aquí estuvieron la cruz y la espada, durante tanto tiempo, tan pendientes una de la otra.
Incrustando, como hemos dicho, su ábside en la muralla, la catedral de Ávila, que nació románica y se hizo gótica, tiene también mucho de castillo, de torre de vigilancia, de oteadero.

En construcción, iniciada en el año 1172, no se siguió la costumbre de derribar el trozo de muralla por donde debía sobresalir el ábside del templo, sino que éste queda oculto y perfectamente protegido por la masa de piedra exterior.

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Ventana renacentista de un edificio civil de Ávila                                                                                     Casa de los Deanes del siglo XVI

En su interior conserva todavía algunos elementos de su primera etapa románica, sobre todo en la girola, una de las más puras manifestaciones de este estilo en toda España, pero el perfil general del templo es ya decididamente gótico.

Las obras de la catedral estuvieron paralizadas durante mucho tiempo después de que el maestro francés Fruchel hubiera terminado la girola, (éste murió en 1192) y cuando se reiniciaron, el gótico ya había penetrado decididamente en toda la península.

El tiempo no se terminaría hasta bien transcurrido el siglo XIV, aunque en los siglos XV y XVI todavía sufriría algunos cambios e incorporaciones de distintos elementos, como las construcciones adosadas al muro septentrional o la vivienda del campanero, habilitada en lo alto de la torre que quedó inacabada.

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Iglesia románica de San Pedro cuya construcción se inició en 1100                                           Cabecera de la iglesia románica de San Vicente


El tiempo tiene planta de cruz latina, tres naves, ochenta y cinco metros de longitud en su nave central y veintiocho de altura, y está construido, en gran parte, en piedra veteada, que no pintada, lo que proporciona a sus paredes luces y ritmos de gran belleza; el efecto es especialmente hermoso en la girola, donde nueve exquisitas capillas y el trasaltar guardan hoy los restos de no pocos obispos y nobles de la ciudad.

Uno de estos sepulcros, quizá el más interesante de ellos y que goza en Ávila de una notable popularidad es el de don Alonso de Madrigal, a quien todos llaman aquí “el Tostado”, sin duda por el color de la obra, exquisitamente tallada en alabastro en el siglo XVI por el escultor Vasco de la Zarza.
 

 

No podemos dejar la catedral sin observar con cuidado el estupendo retablo de la capilla mayor, uno de los mejores de la pintura medieval española, iniciado por Berruguete en 1499, continuado en 1503 por el pintor Santa Cruz y finalizado en 1512 por Juan de Borgoña.
 

Pero en Ávila hay todavía algunos otros templos menores, siete para ser exactos, cuyas características hacen de ellos parte integrante de los bienes declarados aquí por la UNESCO “Patrimonio de la Humanidad” y que no podemos obviar en absoluto. Tenemos que abandonar el recinto amurallado, este interior de la ciudad, para hallarlos en sus cercanías.

 

 

 

Detalle de la galería del sur

Todos ellos son pequeñas iglesias románicas de dorada piedra arenisca, mucho más luminosa que el gris granito en que está construida prácticamente toda Ávila, y se alzan hoy sobre lugares que probablemente vieron cultos paganos anteriores a la cristianización; se elevaron entre los siglos XII y XIII formando una especie de cinturón extramuros, y conservan toda la delicadeza de sus formas, de un románico tan puro como luminoso.
En tiempos sirvieron de centros de reunión de gremios de pastores y ganaderos, y en sus soleados y tan característicos atrios laterales se celebraban asambleas y se tomaban las decisiones que afectaban a unos y otros.
 

 

Destaca de modo muy especial el hermosísimo templo de San Vicente, guardián de numerosas e interesantes leyendas, en cuya fachada meridional se encuentran una de las cornisas más valiosas del románico castellano, la que recorre la nave central; en su frontal, tallado por el maestro Fruchel, está el que aquí llaman con una pizca de exageración “el Pórtico de la Gloria” de Ávila, sin duda una magnífica obra escultórica, y en el interior, el sepulcro del santo, otra de las joyas funerarias del románico.

Aquí está tallada, bajo un dosel gótico, la historia de los mártires Vicente, Cristeta y Sabina, de gran arraigo en la ciudad, en la que intervienen un judío y una serpiente.

 

 

 

 

Iglesias románicas de San Nicolás, Santa María de la Cabeza y San Segundo

Generoso atrio del mismo templo

 

Muy cerca, bajo una losa, se conserva la huella de un mulo que al igual que en Compostela (aunque allí fueran bueyes) vino a morir aquí, junto a los restos de los santos.
El templo de San Vicente, de planta basilical y tres maravillosos y bien proporcionados ábsides es, sin ninguna duda, lo mejor de la arquitectura de la ciudad, pero no hay que dejar de ver también las iglesias de Santo Tomé, de San Segundo, San Nicolás, San Esteban, San Andrés y, sobre todo, de San Pedro, uno de los templos de mayor tradición de Ávila, de severa planta románica de cruz latina y un hermoso rosetón cisterciense desgraciadamente desaparecido durante una restauración (el que lo sustituye fue colocado en 1967).
Todas estas iglesias románicas terminaron conformando, a partir de los siglos XII y XIII los ejes de nuevas barriadas, congregando a diferentes pobladores, ordenando, en definitiva, la vida comunal de una ciudad cuyo esplendor, como hemos dicho al principio, coincide con el siglo XVI.
Será en el Renacimiento cuando la ciudad alcance uno de los momentos de mayor desarrollo de toda su historia, en lo esencial gracias a la industria, que manufacturaba lana. Ya desde finales del siglo XV Ávila crecía y crecía. Se emprendieron entonces reformas y trazados urbanísticos, se organizaron asociaciones gremiales, se levantaron templos e importantes conventos, como el de Santo Tomás, todo en granito gris, cuya iglesia es una de las mejores del gótico isabelino, y sus calles, además, se llenaron de exquisitos palacios, torreones y casas señoriales.

Fachada sur de la iglesia de San Andrés


No debemos olvidar que la ciudad ha sido (y siempre ha presumido de ello) cuna de nobles linajes y señoríos, y es depositaria desde la baja Edad Media de innumerables leyendas, gestas, justas e historias de caballería para todos los gustos, y no resulta difícil imaginar entre estas callejuelas y plazas de piedra las espectaculares comitivas de armados caballeros. Ávila conserva de sus mejores tiempos algunas construcciones civiles, residencias y palacios renacentistas que, sin embargo, están construidos con una especial austeridad, en un estilo elegante y muy sobrio.
Hay que destacar, entre muchos otros, el llamado de los Dávila, con restos del siglo XIII; el famoso y almenado Torreón de los Guzmanes; la Casa de los Deanes, hoy, sede del Museo Provincial; la Núñez de Vela, actual Audiencia Provincial; la de Juan de Henao, convertida hoy en Parador de Turismo, el palacio de Polentinos, con el mejor de los patios abulenses, las casas de los Águila, de Almarza…, debemos tener en cuenta que entre los siglos XVI y XVII las construcciones de carácter noble en esta ciudad sobrepasaron el centenar, lo que nos da una idea de la dimensión de la riqueza de este tiempo en una ciudad de tan pequeñas dimensiones.
Ávila, que había sido una ciudad guerrera y batalladora en toda la Edad Media, toma en el siglo XVI un cariz ciertamente espiritual, (aquí tienen sus orígenes San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús) un carácter que en cierto modo todavía impregna sus piedras.
No hay escenario mejor que sus calles para evocar alguno de los versos y mejores páginas de sus místicos, hijos de una vieja ciudad pagana cuyos secretos están escritos en medievales piedras grises.

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