CIUDADD VIEJA DE SANTIAGO DE COMPOSTELA

LA CORUÑA

 

 


antiago de Compostela, fin de un camino que siempre sigue al sol poniente, es una sinfonía de piedra desde la cual la mirada puede perderse hacia lo incógnito.

 

La ciudad que se elevó para la exaltación de la Cristiandad, de su iglesia y de su alianza con la monarquía en los albores del siglo IX, que surgió de una leyenda en los límites del mundo conocido y que desde entonces mira hacia occidente, gozó de casi trescientos años de esplendoroso desarrollo, pero fue también víctima de una dolorosa y larga decadencia de la que sólo ahora, en nuestro fin de siglo XX, parece recuperarse.
 

Su historia remonta a la antigua tradición que da fe del descubrimiento por el eremita Paio de un sepulcro cuyos restos se atribuyen al apóstol Santiago.

Corre el año 813 cuando el rey Alfonso II de Asturias, informado del hallazgo por el obispo Teodomiro, de Iria Flavia, funda el primer templo sobre la tumba del apóstol, un templo que en el 910 será ya una catedral.

 

 

 

 

 

 

La plaza del Obradoiro con la fachada barroca
 

En torno a este lugar de culto crecerá una ciudad que con los siglos se convertiría en uno de los símbolos más importantes de todo el orbe cristiano, el punto final de una peregrinación que alcanzaría para los creyentes tanta importancia como la que tuvieron las que concluían en Roma o en la propia Jerusalén.
 

El casco viejo de la ciudad, tal y como ahora lo conocemos, no es, ni mucho menos, aquél que fue en su origen. Almanzor, el Califa constructor de la última ampliación de la mezquita de Córdoba, lo arrasó casi por completo en el año 997, y su reconstrucción sería lenta u muy trabajosa.

 

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Cruz votiva que corona la nave de la catedral en su exterior                                                                                      Torres del Obradoiro         
 

Sus murallas, que ya no existen, no volverían a levantarse hasta bien entrado el siglo XI, y harían falta casi cien años más para que Santiago de Compostela alcanzara, con su recuperación total, uno de los momentos más brillantes, una de las épocas de mayor esplendor de toda su historia.

En el año 1075 se inician las obras de la actual catedral y veinte años después se traslada a Santiago la sede episcopal de Iria Flavia, pero será con el nombramiento de Diego Xelmírez como primer obispo de la ciudad, en el año 1100, cuando ésta tome para sí, gracias a la astucia y sagacidad de este curioso personaje, (quizá uno de los más interesantes de la historia de Galicia) las riendas de su propio destino.
 

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Adornos del barroco en torno al cimborrio de la catedral                                                                                                       Puerta Santa


Con el gobierno de Xelmírez, muy bien relacionado con la orden francesa de Cluny, y por lo tanto responsable en gran medida de la difusión del culto jacobeo en Europa y del trazado del Camino de Santiago hasta Compostela, (del que hablaremos más adelante) la ciudad alcanzó su apogeo.

Fue Xelmírez quien den 1111 proclamó Rey de Galicia a Alfonso VI, hijo de la reina doña Urraca y discípulo suyo, y fue este mismo obispo, que ya había obtenido de Alfonso VI el privilegio de acuñar moneda, quien rodeado de una corte de sabios y de trovadores, impulsó la arquitectura y las artes en la ciudad y, entre muchas otras cosas, (como mediar en todas cuantas intrigas palaciegas eran posibles, según cuentan las crónicas) dirigió completamente la política en Santiago, ciudad a la que dotó de un importante entramado urbano, administrativo y gremial.

 

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esculturas que estuvieron en el primitivo coro de piedra                                                                                              Pórtico de la Gloria

 

Con todo, Xelmírez, quien hizo escribir una crónica de su vida ciertamente laudatoria de sus actividades, también tuvo sus opositores, y su política llegó a provocar dos insurrecciones populares contra él y doña Urraca. La primera, en 1117, a causa de su alianza con la reina; la segunda, en 1136 por la negativa de los burgueses a pagar los impuestos por él ordenados.
 

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dos detalles del santiago sedente en el parteluz                                                           tallas del Pórtico de la Gloria
 

 

Xelmírez viviría hasta 1140, pero hasta bien entrado el siglo XIII Compostela se mantendría como sede de una corte culta y de organización eclesiástica de gran complejidad que convirtieron a la ciudad en un activo centro de intercambio artístico, cultural, económico y comercial.

En estos tiempos Santiago contaba con numerosos favores reales y exenciones de impuestos, y era receptora de importantes donaciones económicas que le proporcionaron una gran riqueza.

Mantenía, además, una importante autonomía política y su influencia sobre ciudades y señoríos cercanos había ido en aumento. Siempre arrastró Compostela, es cierto,

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arco que representa al infierno                                                                                                         Interior del gran cimborrio con el ojo de Dios

 

la pesada y compleja carga del clero, pero no lo es menos que el clero,

la iglesia en definitiva, fue la primera razón de ser de la ciudad y que en torno a ella, a sus bienes y dineros y por su intervención, se elevaron aquí grandiosas obras de arte.

Sin embargo, los siglos XIV y XV fueron de hambruna, pestes y revuelas, y en ellos se consolidó tanto la pobreza como el triunfo de las clases depositarias del poder, que parasitaron y estancaron la economía e hicieron que la ciudad languideciera hasta el olvido.

También las peregrinaciones, que habían florecido y alcanzado su apogeo en los siglos XII y XIII decayeron casi por completo.

Santiago vería transcurrir entonces muchos años de silencio hasta que un nuevo, aunque breve impulso económico generado por una nueva alianza entre la iglesia y la corona española, da a Santiago de Compostela un nuevo ritmo.
 

Son los años que llevan del siglo XVII al XVIII, los tiempos del complicado y tenso Barroco, que alcanza prácticamente a todas las construcciones religiosas y civiles de Santiago, donde este estilo desarrollan una escuela propia y adquiere pronto un carácter triunfante.

 

 

 

 

 

 

La fachada de Platerías de la catedral de Santiago


Pero hemos de comenzar a detenernos mucho antes en sus numerosísimas bellezas, en muchos de los puntos y lugares de la ciudad donde se alzaron algunas de las más importantes obras de arte, por ejemplo, de todo el románico europeo. Para ella nada mejor que situarnos en ese maravilloso y amplio centro neurálgico de la ciudad, esa extensa y abierta plaza del Obradoiro, así llamada porque en ella trabajaban los “obradores” o canteros, que reúne en sus lados cuatro estilos arquitectónicos bien diferentes entre sí. Románico, Renacimiento, Neoclásico y Barroco ofrecen aquí un insólito ejemplo de singular armonía.

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Esculturas de David, Adán y Eva                                                                                                             Fachada del monasterio de San Francisco


Cuatro grandiosas construcciones alzan sus fachadas hacia un mismo centro imaginario y representan, además, los cuatro poderes de la ciudad. Románico es el palacio de San Xerome, actual sede del Rectorado de la Universidad, que ocupa el ala sur; frente a él, al norte, el famosísimo Hostal de los Reyes Católicos y antiguo hospital de peregrinos es renacentista. Al oeste se alza el neoclásico palacio de Raxoi, sede del actual poder político, y al este la fachada barroca de la catedral y sus anexos, donde reside hace siglos el poder eclesiástico.
Será bajo esta gran fachada occidental de la catedral, realizada entre 1738 y 1750 según los planos de Fernando Casas y Nóvoa que hallaremos oculta, sin embargo, la más hermosa joya de todo el arte románico europeo, el maravilloso Pórtico de la Gloria, que fue concebido, al igual que en la Nueva Jerusalén del Apocalipsis, para estar siempre abierto, para no tener puertas. Dejó de ser así en el siglo XVI, pero desde que fue construido entre los años 1168 y 1188 por el Maestro Mateo hasta nuestros días no ha dejado de maravillar a todo aquel, peregrino o curioso, creyente o agnóstico, que se ha acercado hasta sus piedras.

 


El neoclásico palacio de Raxoi

 

Tres son sus grandes arcos, el mayor el central, y en los tres se halla cobijo una de las más impresionantes representaciones de la iconografía religiosa y dela escultura de la alta edad media, teñida ya de las dulces caricias de un gótico incipiente.
Bajo una pequeña bóveda que ya es de ojiva, (y una de las primeras de toda España) preside el tímpano una estatua monumental del Salvador rodeado de cuatro adolescentes evangelistas, y en su arquivolta están los veinticuatro ancianos del Apocalipsis, que conservan entre sí o tañen instrumentos musicales.

El parteluz representa la genealogía de Cristo (en su capitel están las tentaciones) y sobre él la estatua sedente de un Santiago de serenísima expresión que se apoya en un báculo y pone sus pies sobre un capitel donde está tallada la Santísima Trinidad.
 

A la misma altura que esta maravillosa talla de Santiago y a ambos lados de la arquivolta, en las jambas laterales, están esculpidos con exquisita dulzura los profetas y los doce apóstoles, y todos ellos mantienen actitudes de comunicación entre sí y expresiones de condescendencia o de severidad, de grave contención o de distendido diálogo.

En los arcos menores están, a un lado el paraíso, y al otro el infierno, donde todavía se intuyen entre sus espantosos diablos algunos de los colores que adornó la maravillosa policromía original.

Todavía hay momentos del día en los cuales la luz ayuda a descubrir, en algunos de los pliegues y túnicas labrados en la piedra del pórtico, restos de una maravillosa obra pictórica mural. Por desgracia, se ha perdido para siempre.

 

A pesar de ello, el pórtico de la Gloria sigue conservando para nosotros toda la magia y la naturalidad que la escuela del Maestro Mateo supo dar sus tallas.


 

 

 

 

Iglesia de Santa María Salomé

 

Es buen comienzo para la visita a la catedral, que guarda también numerosas maravillas y que, de hecho constituye el núcleo histórico y artístico de toda la ciudad.
Se trata de un templo románico en planta de cruz latina con tres naves, bóveda central de cañón y laterales de artistas, un extenso triforio a todo lo largo del cuerpo, (donde en tiempos hallaban cobijo los peregrinos) girola con capillas y un gran cimborrio en el crucero, que sostiene la armadura metálica de donde pende el famoso “botafumeiro” o incensario gigante. Es, de hecho, una catedral románica, pero envuelta completamente por un revestimiento barroco, por una superestructura levantada entre los siglos XVII y XVIII que recubre, sin enmascararlo completamente, el edificio primitivo.


En su exterior quedó a salvo de esta inmensa copa de piedra la portada de Platerías, que da a la plaza del mismo nombre, otro de los grandes tesoros del románico que recientemente ha sido restaurado y que nos ofrece algunas bellísimas tallas en piedra de carácter un poco más primitivo que las del pórtico de la Gloria, pero no por ello menos fascinantes; hay aquí un gran rey David de insondable expresión, una representación de Adán y Eva de magnífica fábrica y decenas de pequeñas figuras repartidas entre los arcos y las jambas que constituyen un riquísimo ejemplo de la más clásica iconografía de su tiempo, además de algunas muy curiosas marcas de cantero repartidas por entre las piedras del parteluz.

La portada, además, da a una plaza maravillosa, son una fuente central adornada con caballos de piedra y el telón de fondo de la casa del Cabildo, todo un decorado barroco para un lugar de ensueño.

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Claustro de Fonseca                                                                                     Bajada desde la plaza del Obradoiro

Por esta misma esquina se accede a la plaza de la Quintana, uno de los espacios de dimensión más espectacular de todo Santiago, y por aquí, por la llamada Puerta Santa, que da al ábside de la catedral, hacían su entrada al templo los peregrinos a Compostela.

Es la puerta que comunica con la capilla del Salvador, el eje longitudinal del templo (y es que en Santiago se entra en el templo de este a oeste y no al revés como ocurre en todos los demás). Su girola está abierta en los llamados Años Santos, y es entonces cuando se producen los mejores diálogos entre las pétreas figuras talladas por el Maestro Mateo para el primer coro de la catedral, y trasladadas aquí en el siglo XVII, y los peregrinos que ejercitan su paciencia en colas infinitas para dar un abrazo a ese otro Santiago recubierto de plata dorada que reina bajo el desmesurado baldaquino barroco que da cobijo al altar mayor.


Pero nos hemos desviado de nuestro itinerario, y es inevitable que así resulte en este Santiago de sorpresas constantes y desconcertantes esquinas. Hay que pasear con calma el interior de su catedral, visitar la Corticela, ese pequeño templo que aún absorbido por la dimensión gigantesca de la catedral, conserva su primitivo y familiar románico, y perderse también por entre sus desmesuras barrocas, por entre sus riquezas y tesoros de todas las épocas, y desde aquí, deambular también por el palacio de Xelmírez, de los siglos XII y XIII, una de las joyas de todo el románico civil, contiguo a la catedral y de discreta fachada, y por el edificio claustral, una extensión de la catedral levantada en el siglo XVI que proyectó Juan de Álava y continuó su discípulo Rodrigo Gil de Hontañón. Da a la calle Fonseca y a la plaza de Platerías, a la llamada fachada del Tesoro, y fue terminado en 1590 siguiendo los planteamientos generales de un palacio renacentista. Su amplia balconada invita a visitar los museos de la catedral, hoy instalados en estas dependencias.



Santiago se extiende mucho más allá de su catedral. Es una ciudad viva y de pulso bien dinámico que sabe de su importancia y que quizá por ello insiste en vivir el presente en consonancia con los últimos y barrocos tiempos de expansión que gozó hace ya algunos siglos.

 

Sólo en los alrededores de la catedral hay suficientes testimonios de la historia de la arquitectura y del arte como para dar cuenta de volúmenes enteros, y como siempre nos ocurre en la descripción de las ciudades declaradas “Patrimonio de la Humanidad”, apenas podemos ir más allá de la simple enumeración.

 

No olvidemos que Santiago es universidad desde 1526, cuando el papa Clemente VII autoriza el estudio en sus aulas de Artes, Teología y Derecho, y que tal condición habría de traducirse en el nacimiento y consolidación de colegios, conventos y establecimientos residenciales de gran empaque e importancia que, además, darían a este lugar un carácter de singular dinamismo, en especial durante el corto Renacimiento que vivió la ciudad.
 

 

 

 


Uno de los patios platerescos del Hostal de los Reyes Católicos

Así ocurre con el colegio de Fonseca, un edificio proyectado por Juan de Álava y acabado también por Hontañón en 1533, fundado por el obispo Fonseca para albergar aquella primera Universidad que él mismo había obtenido del papa, y que ha sido desde entonces centro de la actividad de la ciudad a lo largo de toda su historia. Quedan algunos otros testigos de la bellísima arquitectura de estos años, como el patio y alguna arcada exterior del cercano palacio de Fonseca, y el inolvidable Hostal de los Reyes Católicos, proyectado a principios del siglo XVI y de muy interesante fachada, pero, en general, Santiago crece durante el barroco. A medida que en la catedral se va alzando la gran fachada del Obradoiro, la ciudad antigua va adquiriendo su más reciente dimensión, la que llega más fácilmente hasta nosotros. Entre los mejores ejemplos de este estilo de los muchos con que cuenta el ámbito civil, está el palacio de Bendaña, en la plaza del Toural, sobre cuya portada Atlas soporta el peso del mundo, y más cerca de la catedral, junto a su pórtico norte, la fachada de la Inmaculada de este templo y la mole enorme que se alza frente a ella, el convento de San Martín Pinario, el edificio de mayores dimensiones que alberga Santiago, que alcanza los veinte mil metros cuadrados y cuya sinuosa fachada de finales del siglo XVII coronó el arquitecto Casas y Nóvoa con una descomunal peineta que lleva un escudo de España sobre el que cabalga un San Martín.

El edificio posee algunas gárgolas tan deslumbrantes como alejadas de nuestra vista y su iglesia es, en opinión de algunos, de las más impresionantes de toda la ciudad.

Poco más allá se alza también otro imponente edificio, el monasterio franciscano, que quiso rivalizar con el de los benedictinos pinarios y elevarse por encima de aquél durante las reformas emprendidas en los siglos XVII y XVIII.
 

Su construcción provocó el enfrentamiento entre ambas órdenes e incluso la paralización de las obras, que se terminaron a finales del XVIII ya con añadidos de gusto neoclásico.
 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Santiago en el altar mayor de la catedral

Para los especialistas, su iglesia es la más bella del barroco compostelano.
Románico y barroco son en Santiago señas de identidad, pero quizá no debiéramos situar como única referencia de la ciudad la maravillosa arquitectura que contiene. También forman parte del alma de este lugar la vegetación exultante, la humedad, la piedra verde que rezuma agua, la lluvia tenaz y las luces oro y plata con que el sol poniente regala nuestros ojos.
También lo son el azabache y los plateros, los estudiantes y los curas, los peregrinos y los imagineros, los ganaderos y los políticos…, también aquí, en Compostela, habita nuestro tiempo una ciudad compleja y viva, donde la curiosidad de los estudiantes y la autosuficiencia de los maestros convive con la parsimonia de prelados y arzobispos y la prisa de políticos y empresarios. También aquí donde el mar está más cerca, aunque no se vea desde sus más elevadas torres, todo este barroquismo anuncia galernas y marejadas. No en vano es la reciente, pujante y siempre intrincada sede de la capitalidad de Galicia.

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