CENTRO HISTORICO CACERES

 

 

 

 

De entre las seis ciudades de nuestra geografía declaradas por la UNESCO “Patrimonio de la Humanidad”, quizá sea Cáceres la que conserva el conjunto histórico más armonioso y mejor conservado.

 

Su ciudad vieja, como ocurre en Ávila, también es muy pequeña, pero sus proporciones son asombrosas; la mayoría de las casas, iglesias y palacios, así como las calles y plazas que hoy conforman su trazado se levantaron en los siglos XV y XVI, cuando esta ciudad vivió sus mejores momentos, y lo extraordinario es que todo el conjunto apenas ha variado desde entonces.

 

Cáceres contó con un importante recinto amurallado donde se elevaron hasta una treintena de torres defensivas, alguna de las cuáles aún conserva su antiguo aspecto, y fue villa noble con los romanos e importante plaza militar donde la dominación árabe antes de que su hermoso casco histórico adquiere su actual configuración.

 

 

 

Una de las torres defensivas construidas por los árabes en la antigua “Quasri”.

A su lado, la estatua romana de la diosa Ceres
 

Sostén de la nobleza extremeña durante el reinado de los Reyes Católicos, cuna de la Orden de caballeros de Santiago, tierra de virreyes, de nobles abolengos y linajes y de legendarios conquistadores, Cáceres ama la piedra y construye a base de mampuesto y de tapial, aunque sus maestros constructores también utilizaron – y de qué modo – el granito para configurar una villa que ha mantenido su aspecto a lo largo de los siglos hasta alcanzar, envuelta en el silencio de la piedra, este cambiante y vertiginoso fin de siglo que hoy vivimos.
 

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La torre del palacio de los Toledo-Moctezuma y la casa de los Ovando Y SU HERMOSO PATIO RENACENTISTA

 

En su casco viejo todavía podemos encontrar algunas edificaciones civiles de carácter mozárabe perfectamente integradas en un entorno levantado siglos después sin que en apariencia se rompa en absoluto la pureza de líneas de sus calles; podemos también hallar torres árabes cuadradas o circulares, incrustadas hoy entre palacios y jardines muy posteriores, pero ciertamente llama la atención en la ciudad la profusión de residencias, palacios, conventos y torreones renacentistas, puesto que es en el siglo XVI cuando la ciudad alcanza su auge.

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 La torre del Bujaco una de las mayores de la ciudad                                                                                                              La casa de las Veletas

Es entonces cuando la economía crece, cuando la prosperidad se convierte aquí en riqueza y aunque su esplendor decaería pronto, el arte y la cultura de aquel breve renacimiento dejarían en sus empedradas calles huellas indelebles, bellísimos testigos de una época que han llegado hasta nosotros prácticamente en su estado original.
 

Y es que en Cáceres ocurre un fenómeno ciertamente extraño. Es verdad que el tiempo transcurre aquí muy lentamente, pero es que, además, parece hacerlo como hace siglos; los cambios de estilos, modas y tendencias que todavía hoy apenas inquieran a la ciudad (una ciudad que en el siglo XIX tenía prácticamente las mismas características físicas, la misma configuración que tuvo en el siglo XVI), tampoco lo hicieron hace muchos siglos cuando, por ejemplo, pasó el barroco por ella sin que produjeran cambios sustanciales en su estructura.

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Renacentista casa del Sol o de los Solís                                                            Construcción civil mudéjar, SE CONSERVAN muy pocas en España                                           
Detalle de una de las gárgolas de cerámica de la casa de las Veletas
 

Al día de hoy es como si la ciudad vieja de Cáceres se hubiera permitido el lujo de una eternidad trazada en el Renacimiento, como si comenzara y terminara en sí misma en un momento de su historia.

Hasta tal punto es así que en nuestros días el casco viejo todavía permanece, tras el misterio de su magnífico Arco de la Estrella, tal y como estuvo cuando se descubría un nuevo mundo.
 

Cáceres es, muy probablemente, la menos conocida de todas las antiguas urbes españolas y, sin embargo, se la reconoce como el tercer conjunto monumental de Europa.

Nació en tiempos del imperio romano, que la bautizó con el nombre de “Norba Caesarina” (de entonces es la estatua de la diosa Ceres que aún hoy observa orgullosa al visitante desde los aledaños de su Plaza Mayor), y fue fundada hacia el año 25 a. C., sobre una suave colina de la sierra de la Mosca.
 

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Plateresco palacio de los Golfines de Abajo                                                                                          CASA DEL MONO, EN LA CUESTA DE ALDANA


Más tarde, con el nombre de “Quasri”, fue almohade y después cristiana, pero no por ello sus dimensiones variarían demasiado; el trazado de la ciudad medieval se adaptó a la perfección a la estructura de sus suelo, que se llenó de calles estrechas y empinadas y que nunca rebasó los límites de la antigua ciudad romana; solamente a finales de la Edad Media Cáceres se expandirá más allá de sus fuertes murallas, aunque nada se ha conservado de aquellos tiempos en los sectores extramuros de la ciudad, donde han crecido en nuestro siglo sus modernos barrios residenciales.

Hoy es una ciudad tranquila y soleada, apacible, en extremo silenciosa y cordial, pero no siempre fue así.

Durante los años de dominación musulmana en la península fue uno de los puntos estratégicos en la lucha entre almohades y cristianos y constituyó un importante centro de reunión de las fuerzas musulmanas, que se concentraban aquí para iniciar desde este lugar los ataques a sus objetivos en la meseta.

 

Estratégicamente situada en el centro del llamando Campo de Cáceres y amurallada por los árabes, se convirtió en una plaza muy disputada durante la Reconquista, y los esfuerzos por incorporarla a los reinos cristianos se prolongarían durante casi un siglo de constantes batallas y sitios.

 

Alfonso VII se León la conquistó por primera vez en 1142, el mismo año en que se creó la orden militar de los Caballeros de la Espada (la orden de Santiago), pero la ciudad volvió enseguida a manos de los árabes; treinta años después fue de nuevo tomada y al poco perdida, y Fernando II la asedió nuevamente en el año 1184; después de varios e infructuosos intentos por conquistarla, protagonizados por los reyes de León entre 1218 y 1222, Cáceres caería definitivamente en manos cristianas en el 1227. Fue durante el mandato del rey Alfonso IX, que había puesto cerco a la ciudad durante nueve años.
 

 

 

 

Torre de la concatedral

A partir de este momento y en parte como consecuencia de las demandas de la orden de Santiago, que pretendía que la ciudad le fuera cedida, este rey, aunque la mantuvo unida a la corona, concedería a Cáceres un fuero muy especial, de una liberalidad desconocida hasta entonces, con el que también se pretendía atraer a las gentes a este lugar, en aquellos tiempos tan peligrosos como disputados.
 

Era el año 1229 y este fuero convertiría a la villa de Cáceres en una comunidad con una capacidad de autogobierno desconocida en su tiempo, algo que si bien la distinguiría entre muchas otras ciudades de la España de aquel siglo, no dejaría de crear a sus habitantes, como veremos un poco más adelante, numerosos problemas.

 

Desde este momento se inicia también la repoblación de la ciudad con gentes llegadas del norte, por lo general de Asturias, de Galicia y del reino de León, aunque por desgracia, salvo algunos torreones y restos de las murallas que levantaron los árabes, apenas queda nada de aquella época.

 

La extraordinaria belleza de su conjunto monumental es caso de dos siglos posterior a la reconquista, aunque fue en el transcurso de estos doscientos años cuando el orden social fue aquí más interesante.
 

 

 

 

Torre de la casa del Comendador de Alhuéscar hoy Parador de Turismo

Una villa de realengo como era Cáceres, situada en un entorno dominado por señoríos y prioratos de órdenes militares, habría de despertar pronto la ambición de muchos de los señores feudales vecinos, que pretendieron anexionarla a sus posesiones una y otra vez. En algunas ocasiones por la fuerza y en otras, mediante todo tipo de alianzas y de presiones políticas que contagiaron a sus propios habitantes y también a los numerosos nobles linajes de la ciudad.

Así, aquel democrático régimen foral municipal que permitía a los vecinos la libre elección de sus gobernantes fue poco a poco transformándose hasta que la misma ciudad estuvo dividida entre los “de arriba” y los “de abajo”, dos bandos que, como es natural, lideraban las poderosas familias de rancio linaje que allí habitaron, y que alcanzaron, además de autonomía, un enorme poder.

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Uno de los muchos escudos nobiliarios de la ciudad                                         Arco de la Estrella, junto a la torre de los Púlpitos del siglo XV
Iglesia de San Francisco Javier

 

Los enfrentamientos y violencias pronto resultaron ser tan comunes que, finalmente, la reina Isabel modificaría las ordenanzas de la ciudad determinando que sus regidores lo fueran a perpetuidad y por nombramiento real. Así, aquel fuero se convirtió, en la práctica, en el dominio de una oligarquía aristocrática cuyo gobierno marcó el inicio de la decadencia.

Los historiadores hacen coincidir este momento con la separación de Portugal y de España y califican ya los siglos XVII y XVIII como aquéllos en los que la ostentación y la improductiva riqueza de unos pocos contrastaban abiertamente con la miseria de una gran mayoría.

Pero es hora ya de que comencemos nuestro recorrido por entre los recovecos de la ciudad, de que iniciemos lo que se convertirá en un apasionante paseo por el pasado.

Cáceres tuvo cinco puertas: la de Mérida, la del Concejo, la del Postigo, la llamada del Socorro y la Puerta Nueva, donde aún se alza el magnífico Arco de la Estrella, la entrada más noble a la villa, por donde se accede directamente a la Plaza de Santa María.

 

El arco, construido por Churriguera en 1726, es uno de los pocos testigos del paso del barroco por este lugar y sobre él se alza un pequeño templete donde se guarda una imagen de la Virgen de la Estrella, a la que los cacereños tienen gran devoción.

 

 

 

 

Talla de Santa María, en el parteluz del pórtico principal de la concatedral
Espectaculares columnas donde descansan los contrafuertes de la iglesia de Santiago del siglo XVI

 

Aquí, bajo la antigua arcada que precedió a este arco barroco, se reunían en concejo los primeros vecinos de la ciudad cuando ésta no era más que un pequeño burgo campesino, y aquí elegían, gracias a sus fueros (que como hemos visto no duraron demasiado), a doce regidores para gobernar el municipio.

Desde este arco abierto en la muralla, oblicuo para que los carruajes pudieran acceder al interior de la ciudad, podemos dirigirnos a izquierda o derecha y recorrer el adarve de la muralla siempre cerca de algún palacio o edificación importante, pero también podemos optar por seguir el recorrido que hizo en 1477 la reina Isabel la Católica cuando entró solemnemente en la ciudad para jurar los fueros de la misma. De este modo iremos a parar directamente a la maravillosa plaza de Santa María, el centro neurálgico de la villa y uno de los conjuntos góticos más hermosos de todo el urbanismo español de la época, en el que cada esquina depara una sorpresa.
Nada hay en esta plaza que rompa su armonía ni la delicadeza de su trazado, si exceptuamos el siempre molesto y todavía inexplicable tránsito de automóviles sobre sus viejas losas, que aún hoy llenan el lugar de ruido y de humos ante la sorprendente pasividad del Ayuntamiento de la ciudad.

Si tenemos la suerte de que su suelo no esté invadido por vehículos de chillones colores, podremos observar en todo su esplendor la concatedral de Santa María, iniciada en el siglo XIII pero su mayor parte construida durante el siglo XV, cuyo renacentista retablo mayor, tallado en madera de cedro por Guillen Ferrant entre 1549 y 1551, es pieza importante.
Frente a su palacio principal se alza el palacio Episcopal, cuya proporcionada fachada principal es renacentista, y a ambos lados de este edificio los palacios de los Ovando y de los Mayoralgo, dos de los más antiguos e importantes linajes de la ciudad.

 

En la plaza destacan también la casa y torre de los Carvajal, hoy patronato de Turismo, la casa gótica de los Moragas, conocida también como la casa rectoral de Santa María, el renacentista palacio de la Diputación, que fue también residencia de nobles familias y la plateresca casa de los Golfines de Abajo (Golfines significó en su tiempo (“robadores de ganado”), que sus propietarios cedían a los reyes de Castilla cuando éstos visitaban la ciudad y cuyo torreón hace esquina con otra pequeña plazoleta, la de San Jorge.
 

 

Patios del colegio de los Jesuitas

Antiguo hospital de la Piedad del siglo XVII

 

Desde este lugar, sobre la escalinata que rodea a una antigua fuente hoy adornada con un diminuto bronce de este santo, se accede al antiguo colegio de los jesuitas y a la iglesia de San Francisco Javier, a la que en Cáceres se conoce como “la preciosa sangre”, cuya única nave está flanqueada por dos imponentes torres.
 

Muy cerca hay un buen ejemplar de casona cacereña, la de los Becerra, construida en el siglo XV, aunque en la actualidad sólo queda en pie su fachada, decorada con dos soberbios blasones.
 

A decir verdad, sería bien difícil establecer cuál de los numerosísimos escudos y blasones de la ciudad es el más interesante o el más efectista. Todo Cáceres está lleno de ellos, como también lo está de constantes alusiones al carácter belicoso que la ciudad tuvo en su tiempo.
 

Por todas partes aparecen torres y almenas, balconadas que son estratégicas posiciones de vigía, lugares que parecen construidos solamente para cumplir una función defensiva, aunque hay que hacer notar que ya en su día la reina Isabel la Católica ordenó destruir las almenas de prácticamente todas las torres de la ciudad, que con muy escasas excepciones quedaron desmochadas.

 

 

 

 

 

 

Callejuela de la ciudad vieja con bóveda y traza mudéjar

 

Solamente se salvaron de la decapitación las torres de la casa palacio de los Golfines, inmensamente ricos y tan poderosos como para ganarse tal privilegio, y la bien almenada Torre de las Cigüeñas, correspondiente al palacio de las Cáceres Ovando, en la plaza de San Mateo, uno de los edificios símbolo de la ciudad, que puede divisarse desde cualquier punto donde nos hallemos.
En esta plaza, construida en la parte más alta de la ciudad está también la iglesia del mismo nombre, de fachada plateresca.

Donde se reunía desde siempre la siempre numerosa nobleza cacereña, y que tuvo ya en el siglo XIV una cofradía de caballeros que se encargaba de su defensa. Muy cerca, en la plaza de las Veletas, que toma se nombre del hermoso palacio que la corona, está el antiguo e impresionante aljibe árabe, uno de los mayores de toda la península, y que constituye el único resto del alcázar árabe que aquí se alzaba.

Aún hoy impresiona esta construcción de cinco naves separadas por arquerías, que se halla en muy buen estado y que, de hecho, podría todavía utilizarse.

En cuanto al palacio que se construyó sobre él, la hermosa casa de las Veletas, de enorme planta rectangular, domina toda la ciudad y en ella tiene hoy su sede el Museo Provincial.
 

Podríamos, como hasta aquí, continuar casi hasta el infinito con una relación de todas y cada una de las construcciones y edificios de enorme interés con que cuenta esta ciudad, pero es evidente que no tendríamos espacio suficiente en estas páginas para alcanzar a hacer una descripción, siquiera aproximada, de todos ellos.

 

 

 

Adarve de Santa Ana con la torre de los Púlpitos en primer plano

 

Nos conformaremos con citar la notable iglesia de Santiago de los Caballeros, primitivamente románica, construida fuera de las murallas de la ciudad y transformada por Gil de Hontañón a mediados del siglo XVI, cuyos contrafuertes se apoyan en columnas de gran belleza y que posee un buen retablo mayor, una de las últimas obras de Alonso Berruguete, y los palacios de aquellos que partieron hacia el Nuevo Mundo en busca de riqueza y que, habiéndola hallado, regresaron a su tierra para edificar aquí dos grandes y lujosos edificios, en alguno de los mejores lugares de la villa.
Son el palacio de los Rico – Godoy, el conquistador de Perú y de Chile, con un bello balcón de esquina, y el palacio de los Toledo – Moctezuma, hecho construir por Juan Cano Moctezuma, el nieto del azteca que Cortés trajo consigo a España, cuya airosa torre alberga hoy el Archivo Histórico Provincial.
Son muchas, muchísimas más las obras de la arquitectura gótica y renacentista que adornan esta hermosa ciudad, en la que debemos observar, en relación con esto, una especial circunstancia: la Iglesia, como es fácil deducir de lo dicho hasta ahora, nunca tuvo aquí, al contrario que en tantos otros lugares de la península, un especial poder.

CENTRO CIUDAD MONUMENTAL DE CÁCERES


Cáceres, que nació para la historia de España con aquellos extraordinarios fueros concedidos por el rey Alfonso IX en el siglo XIII, se gobernó siempre “por o civil” en sus tiempos de esplendor, y esta es la causa principal de la abundancia de palacios y nobles residencias. Durante algunos siglos, aquí imperó un régimen patricial, al estilo de algunas lejanas ciudades italianas, (salvando todas las distancias podemos pensar en Venecia) en el que los linajes más antiguos ostentaron siempre una fuerza indiscutible, un poder que hizo temer más de una vez a los reyes castellanos por sus privilegios y que desencadenó una fiebre constructora que dio a sus plazas y calles, durante los siglos XIV, XV y XVI, la silenciosa belleza que hoy nos muestra esta ciudad, una ciudad donde el tiempo se detuvo en el Renacimiento.

 

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