SEVILLA
Vista
panorámica de la catedral de Sevilla
Podríamos
decir, aunque pueda parecer una afirmación un tanto extrema, que hasta bien
entrado el siglo XIV Sevilla fue una ciudad teñida aún de islamismo, una ciudad
donde, por poner tan sólo un ejemplo, la vida de un rey cristiano todavía era
entonces muy semejante a la de un monarca musulmán.
Pero en el siglo XV las cosas comenzaron a cambiar.
Con el fin de la Reconquista en la península, y a pesar de la lenta y compleja
consolidación de los reinos cristianos, vendrían años de crecimiento y
expansión.
Sevilla, gracias a su puerto fluvial y como había hecho otras veces a lo largo
de la Historia, jugó de nuevo un papel muy importante en la restauración de la
economía y del comercio en aquel Al Andalus ahora cristiano y, por ende, en
todos los otros reinos de la península.
Interior de la capilla Real, la más antigua de todo el templo
El rey Fernando
III de Castilla no sólo conquistó la ciudad a los almohades en el año 1248, sino
que también la convirtió en capital de su reino, una categoría que habría de
mantenerse durante el mandato del rey Alfonso X el Sabio y que llegaría hasta
los tiempos de Pedro I el Cruel, quien, reformó el antiguo Alcázar almohade para
vivir en él en la primera mitad del siglo XIV.
Más tarde, ya durante el reinado de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, la
ciudad volvió a alcanzar un enorme apogeo, sobre todo como consecuencia del
descubrimiento del Nuevo Mundo, un hecho que daría a Sevilla un papel de enorme
relevancia en el control y la distribución de las fantásticas mercancías que
desde allí llegaron durante los siglos XV y XVI.
Sevilla era el punto de partida y de arribada de todo cuanto iba o venía de las Américas, ya fueran hombres o mercancías, y como era de esperar, la ciudad pronto llenó sus arcas de oro y de riquezas.
Sevilla se
convirtió, además, en una capital moderna y cosmopolita donde florecieron las
artes y el comercio, donde surgieron talleres y escuelas, industrias y
astilleros y donde, en tanto que capital de un vasto reino, la política y la
religión instalaron también durante largos años algunas de sus más altas
representaciones.
Cúpula de la
Sala Capitular renacentista de la Catedral
Obra de las santas Justa y Rufina, de Francisco de Goya
Y en esta
templada ciudad del sur, cuando todavía no se había cumplido una década del
descubrimiento del Nuevo Mundo, el cabildo sevillano levantaría un templo
exactamente en el mismo lugar donde estuvo la grandiosa mezquita musulmana, un
templo que debía ser, según la voluntad de sus promotores, uno de los mayores de
toda la cristiandad, uno de los más grandes, ricos y magníficos de todo el orbe
conocido.
Así,
y con la conciencia de que podrían ser tomados por locos (como consta en los
documentos que han llegado hasta nosotros, donde se narran vicisitudes de la
génesis y construcción de esta obra impresionante) los más altos dignatarios de
la iglesia decidieron levantar una catedral que no pudiera ser olvidada jamás y
que diera a Sevilla algo que aún le faltaba; un símbolo que confirmara su
carácter definitivamente cristiano.
Comenzó a levantarse a partir del año 1402, y se hizo derribando la mezquita muy poco a poco; sólo a medida que se iban levantando los cimientos y paredes del nuevo gran templo iban cayendo, una a una, las veintisiete naves de la antigua mezquita, que fueron desmontadas con exquisita minuciosidad y sustituidas por las cinco de que consta el templo cristiano.
Sólo se respetó
la antigua capilla real, incrustada algunos años atrás en el lugar que ocupara
el oratorio musulmán de la mezquita (a la que se utilizaba desde la conquista de
la ciudad como lugar de culto cristiano) y también su alminar, su minarete, la
famosísima Giralda, el mejor y más bello exponente de toda la arquitectura
almohade, que aún a costa de una importante mutilación, se incorporó como
campanario al conjunto gótico en cuanto la catedral estuvo terminada, a mediados
del siglo XVI.
VISTA DEL CRUCERO DE LA CAPILLA MAYOR
Aunque en el tiempo sea mucho más reciente que su audaz campanario, el grandioso templo cristiano que se levantó en Sevilla cumplió, efectivamente, con la voluntad de sus promotores.
Es, después de
San Pedro de Roma y de San Pablo de Londres, el templo más grande de la
cristiandad, y quizá lo sea también porque, además de su gran altura, es muy
probable que su enorme planta rectangular coincida con el tamaño del templo
musulmán que está enterrado bajo sus losas. La catedral reúne además ciertas
características muy especiales, que la hacen diferente a cualquier otra catedral
española.
Tiene cinco
grandiosas naves, pero no tiene ábside ni girola (en su lugar está la antigua
capilla real, donde reposan los restos de Alfonso X, Fernando III y Pedro el
Cruel)
y tampoco tiene crucero; fue iniciada por el norte, es decir, por los pies, y
aún la distingue otra particularidad; a principios del siglo XVI se decidió la
construcción de un grandioso cimborrio que, al menos, igualara en altura al
campanario almohade; llegó a construirse, pero se derrumbó al poco y fue
sustituido por uno mucho más modesto, de dimensiones parecidas al actual, que
está inspirado en el anterior.
En su
construcción, que se prolongó más de un siglo y medio, trabajaron, entre muchos
otros artistas flamencos, alemanes y españoles, los maestros Simón de Colonia,
Alfonso Rodríguez y también Juan Gil de Hontañón, que dieron un empaque muy
notable a todo el edificio.
La mole de
piedra es inmensa, pero la altura de sus naves y su luminoso estilo, gótico
tardío, dan al templo una dimensión cercana a la grandeza.
La nave
central, más alta y ancha que las cuatro restantes, cobija la capilla mayor,
situada en el centro del teórico crucero; aquí de halla el retablo escultórico
más grande de todos los construidos en España, iniciado por Pieter Dancart en
1482, en el que intervinieron también muchos otros artistas, y muy cerca, la
reja que cierra la capilla, fundida en el siglo XVI, que es también una muy
buena obra de arte.
Por lo demás, y
salvo la capilla real, adornada con decoración plateresca, el edificio es más
notable por la riqueza y el valor de los tesoros que contiene que por las
características de su arquitectura, aunque su exterior, de apariencia un tanto
chata, parezca contagiado aún por vagas formas de la rica cultura islámica
anterior.
Retablo de la Capilla Mayor, el mayor de todos los construidos en España
Como hemos
dicho, es en su interior donde se guardan los tesoros y entre ellos se cuentan
magníficas pinturas y esculturas de la gran Escuela Sevillana.
Entre las paredes del templo cuelgan obras de Zurbarán, como San Juan Bautista, en la capilla de San Pedro; de Murillo,
El Bautismo de Cristo y la visión de San Antonio de Padua; un goya,
Las Santas Justa y Rufina; varias obras de Valdés Leal, entre las que destaca Los desposorios de la Virgen, cuadros de Juan de las Roelas y de Alejo Fernández y pinturas de muchos otros artistas, la mayoría de las cuales forman parte, además, de la mejor producción de sus autores.
Algo parecido
ocurre con la escultura y la imaginería de fábrica sevillana de los siglos XV al
XVII; no podemos olvidar el sepulcro de diego Hurtado de Mendoza, tallado por
Fancelli en 1509, ni los trabajos de Mercadante, como el sepulcro del cardenal
Cervantes, o de Luca della Robbia, que dejó algunas maravillosas terracotas en
la capilla de Santiago.
Tampoco podemos
olvidar que la catedral de Sevilla conserva una de las más ricas colecciones de
indumentaria religiosas, de orfebrería y de ornamentos litúrgicos de toda
España, y que entre sus tesoros se hallan también las Tablas Alfonsíes, la
magnífica custodia de plata labrada por Juan de Arfe y centenares de objetos de
oro, plata y piedras preciosas que dan fe de la importancia económica que tuvo
la Iglesia desde el siglo XV en esta Sevilla del Descubrimiento.
BÓVEDAS DEL CRUCERO Y UNA VISTA DE LOS TEJADOS DE LA CATEDRAL
El tesoro de la catedral es tan abrumador como interesante, pero no cabe duda de que la mejor y más extraordinaria de sus piezas esté afuera, en el exterior de este templo cristiano que conservó el minarete almohade de la mezquita para convertirlo en su campanario.
Los pináculos son sobrios y los arbotantes poco elevados en los tejados de la Catedral de Sevilla
La Giralda se elevó entre los años 1184 y 1195 por iniciativa del sultán Abú
Yusuf Ya’qub, y la construyó el alarife Ahmad ibn Baso. Mide ciento diecisiete
metros y medio, de los cuales cincuenta van en un cuerpo hasta la primera
terraza, y todavía la acompañan, al otro lado del Patío de los Naranjos, dos de
las primitivas puertas de acceso al patío de la antigua mezquita mayor; la del
Perdón, almohade y con doble arco de herradura, cuyas puertas están revestidas
de bronce, y la del Lagarto.
La gran torre cuadrada ya no tiene sobre su segundo cuerpo las tres grandes bolas doradas que la remataron durante más de un siglo y medio, (se perdieron para siempre durante un terremoto en el año 1355) y se adorna ahora con un añadido construido en el XVI por Hernán Ruiz el Joven, que sumó al gran cuerpo central tres nuevos niveles rematados por una gran veleta, cuya estatua de bronce representa la fe. Del nombre que dieron los sevillanos a esta estatua, “giralda”, le viene el suyo a la torre, decorada solamente en su exterior y recorrida en todo su austero interior por una rampa en espiral que lleva directamente a su terraza.
Decoraciones
platerescas del exterior de la Capilla real
La Giralda vista desde el patio de los Naranjos
Su decoración tiene tres estadios, y en cada uno de ellos asoman dos magníficas balconadas cuyos arcos, tallados en la piedra, son siempre diferentes. Los hallamos de herradura y polilobulados, y sus riquísimas decoraciones son también distintas unas de otras. El primero de los cuerpos es liso, pero en los dos superiores, ventanas y balcones están flanqueadas por dos paneles de piedra labrada con hermosas decoraciones de arcos ciegos y rombos.
Sosteniendo la terraza hay un friso horizontal también con arcos ciegos, sobre el que se levanta el campanario renacentista. Después de ocho siglos, la Giralda, una obra de arte mayor y el mejor referente de la exquisita pureza de líneas de la cultura almohade, sigue cumpliendo el papel para el que fue concebida.
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