ALHAMBRA Y GENERALIFE

GRANADA

 

 

 


Ocho siglos ha cumplido la fortaleza roja

Esta fortaleza nos contempla desde que a mediados del siglo XIII y XIV, Muhammad V, el hijo de Yusuf I, de la dinastía nazarí de Granada, creara y recreara a la vez un grandioso monumento, un bellísimo conjunto de palacios, una ciudad fascinante y maravillosa, capaz de provocar un hechizo que aún hoy hace aflorar en nosotros extrañas emociones y que nos hace vivir, como si sus personajes estuvieran entre nosotros, sucesos y leyendas que acaecieron entre sus delicados muros hace mucho tiempo.


La Alhambra, la antigua Qal’at al-Hamra, una de las maravillas del mundo, reina aún sobre nuestras emociones porque aunque pudiera parecernos muda, en realidad nos habla. Y lo hace como en un susurro, a través del aire; a través de la luz y de sus sombras.

Su lenguaje es el de la intimidad, el del placer y la belleza, el de la serenidad de ánimo y la contemplación refinada, y puede oírse con tal claridad que aún se podría vivir entre sus paredes.

Sus palacios, sus corredores, sus miradores y celosías, sus baños, estancias y jardines siguen siendo habitables porque el conjunto de edificios, aunque permanece rodeado de misterio, sigue vivo.

La cúpula adornada con mocárabes de la Sala de los Abencerrajes, en la Alhambra de Granada

 

Un recorrido por entre sus maravillas siempre nos impregna de certezas y nos serena el ánimo, cuando en realidad entramos y salimos de su recinto y casi nada sabemos de su finalidad principal, de su utilidad real, de su iconografía y de sus símbolos, de su sentido último.
 

Y es que la Alhambra, levantada sobre la colina que ya en el medievo se llamaba de la Sabika (la más alta de Granada, donde además no hubo agua hasta que el hombre la trajo a este lugar) aún sigue siendo en gran parte un misterio insondable.

Apenas se han reunido datos contrastables, pruebas definitivas, concluyentes, con las que arqueólogos e investigadores obtengan respuestas convincentes a tantas y tantas preguntas como aquí quedan en el aire.

La verdad es que poco o casi nada se sabe de esta extraordinaria agrupación de palacios y de jardines por los que, de seguro, todavía deben pasearse a sus anchas los espíritus de Salomón, el rey-profeta que construyó el mítico templo, del emperador Nerón, que elevó en Roma el Domus Aurea, o el del rey persa Cosroes II, cuyo magnífico trono estaba representado en la cúpula de su palacio…, en cierto modo, todos ellos, al igual que sus construcciones, sociedades y respectivas estéticas están también aquí.

 

El portal, con su estanque defendido por leones y sus jardines, cercanos al emplazamiento de lo que fue el palacio de Yusuf I

 

Y es así porque la Alhambra es una y muchas cosas; es la obra cumbre de la arquitectura islámica, pero también es clasicismo, un regreso a una síntesis de motivos clásicos y del Oriente Próximo que había tenido lugar en Bagdad, en Córdoba y El Cairo algunos siglos antes de que fuera construida; es decadencia, puesto que cuando sus paredes fueron levantadas, el último reino musulmán en la Península languidecía bajo la dominación cristiana; es paradoja, ya que un poder político y militar moribundo coincidía con el momento de mayor esplendor de una cultura original y riquísima…; dicen quienes pueden leer sus inscripciones que la Alhambra también es un canto a la victoria y a la fe musulmana, y las teorías sobre su importancia simbólica alcanzan todos los grados, incluidas complejas operaciones matemáticas elaboradas para dar explicación a las composiciones de sus fantásticos azulejos y sus decoraciones.

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Dos perspectivas diferentes de la torre del Peinador de la Reina
 

 

Para nosotros lo más cierto es que, como ocurre en las grandes obras de la literatura o de la música, el secreto de su belleza es un misterio. Un misterio maravillosamente adornado por hombres de finales de la Edad Media a cuya cultura, refinamiento y buen hacer debemos hoy el inmenso placer que nos proporciona recorrer con calma las dependencias de esta grandiosa obra maestra.

Todavía no sabemos si el complejo palaciego de que consta se desarrolló aisladamente, como un todo habitable, pensado de una vez, o si por el contrario está en relación directa con la evolución de su entorno y fue creciendo poco a poco, de momento resulta imposible determinarlo.
 

Tampoco es posible establecer una cronología exacta de la Alhambra, pues no hay documentos en los que basarse ni pruebas arqueológicas que convenzan a los especialistas, aunque no ocurre así con el Generalife o Yannat al’ Arif, un nombre conocido ya en el siglo XV para el que se hacen dos lecturas diferentes: “El jardín del arquitecto” o “El más noble de los jardines”.
 

pequeño oratorio del POrtal

 

 

PERSPECTIVA DEL CONJUNTO DE EDIFICIOS

Sabemos que en el año 1319 estaba parcialmente terminado, y por tanto que algunos de sus componentes son anteriores a los principales elementos de los palacios de la Alhambra, pero lo cierto es que queda muy poco de su original condición de edificio a la vez privado y público, dotado de dos entradas independientes, y menos aún de la antigua disposición de sus jardines y dependencias.

Nos queda el estanque, bordeado por dos galerías, un pabellón en el lado norte y un mirador en el sur que han sido rehechos y restaurados en exceso, aunque su planta actual siga conservando la magia que siempre tuvo y los estudiosos consideren que su importancia y significado son esenciales para entender la historia y la estética de la Alhambra entera.
Quizá el Generalife tuvo un sentido en la construcción de los palacios nazaríes posteriores, quizá fue la primera de las construcciones principescas de la Alhambra, quizá fue el lugar al que primero llegó el agua, que tan importante papel jugó en su construcción. En tiempos contó con varios pabellones adicionales, en su mayor parte ya desaparecidos, que estuvieron situados sobre el nivel del edificio actual y que guardan celosamente los secretos de su origen.

La leyenda sólo ha permitido que llegaron hasta nosotros algunos restos, una escalera por cuyas barandillas descendía el agua y el romántico nombre de una de aquellas dependencias: Dar al’ Arusa, la Casa de la Novia.
Con todo, a nosotros nos queda, además del placer de la imaginación y de la contemplación de las muchas maravillas de la Alhambra y el Generalife, el análisis de los materiales empleados en su construcción, que nos proporcionan algunas buenas pistas sobre el sentido último de los edificios y, como veremos, no pocas sorpresas.
 

Mirador de Daraxa al amanecer

Uno de los efectos más contradictorios y llamativos de la Alhambra es la magnífica sensación de lujo que transmite y que, sin embargo, se consigue con la utilización de materiales ciertamente pobres.

No hay en la Alhambra grandes sillares de piedra ni hermosas mamposterías, y entre los materiales utilizados, el ladrillo de barro cocido (ese barro de color rojizo que da nombre al conjunto) combinado con mortero, hormigón y tapial, es el fundamental.

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El magnífico patio de los leones

 

Además de la madera, las tejas de barro a veces vidriado, el plomo para las tuberías de los aljibes y el vidrio emplomado, son el mármol y el yeso, la simple escayola, los materiales que tienen desarrollos más insospechados tanto en la Alhambra como el maravilloso Generalife.
 

Pero es que además, la albañilería a base de argamasa de mala calidad y hecha a toda prisa para ser revestida con otros materiales, tampoco se presta a articulaciones en exceso complicadas.

De hecho, las torres y murallas de la Alhambra no son demasiado sólidas, y parecen más bien construidas para separar y aislar un mundo interior de uno exterior, y no para defenderse de una posible agresión que pudiera venir de afuera.

Muchos autores sostienen hoy que aunque se tratara de construir una ciudad o una serie de palacios para un rey, los materiales de la Alhambra se escogieron así a propósito, una práctica muy frecuente en la arquitectura islámica medieval y de fácil explicación en la tradición del pensamiento musulmán, que no da en absoluto a las realizaciones de la arquitectura la consideración de “eternas”, como si hacen muchas otras culturas.

Las columnas y sus capiteles

 

A pesar de ello, en su construcción también se utilizó, y de modo insuperable, el bello mármol procedente de las canteras cercanas de la Sierra de Filabres, en Macael.

Además de algún destacado pavimento y unas pocas solerías, están trabajadas en mármol prácticamente todas las refinadas columnas de la Alhambra, quizá la más genuina aportación a la historia de la arquitectura de todo el arte nazarí, que alcanzó un alto grado de especialización en el tratamiento y la talla de la piedra más noble.
 

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dos fachadas quE dan al patio de los Arrayanes

 

Fue aquí, a partir del siglo XIII y en el siglo XIV cuando, siguiendo una tradición que había comenzado en la mezquita de Córdoba en el siglo VIII, se consiguieron las trazas más puras de todo el arte islámico, y aquí permanecen, seis siglos después, para el deleite de nuestros sentidos.

Las columnas son bajas y muy esbeltas, de basa ática, fuste liso con collarines y capiteles cúbicos divididos en dos zonas, una inferior, de la misma sección que el fuste, y otra superior, normalmente muy decorada o labrada. En algunas ocasiones también se pintaban con yuxtaposición de colores en azules y rojos y blancos y negros, sobre todo aquellas cuyos capiteles están adornados con mocárabes.

Las columnas, como los capiteles y las impostas, son formas de alzado desarrolladas por el arte islámico a partir de la herencia del arte clásico, como ocurre con las soberbias cornisas de madera, ménsulas y modillones que encontramos, por ejemplo, en el Cuarto Dorado y en el Portal.

Su origen está en la antigüedad clásica, y lo mismo puede decirse también de la mayoría de los magníficos trabajos hechos en madera por los artistas carpinteros nazaríes, cuyas técnicas y estilos supieron desarrollar hasta extremos que no han sido igualados.

 

De madera están hechos los aleros, que en si mayoría comparten con la armadura de la misma cubierta de teja, y también las celosías que cierran las ventanas, realizadas con técnicas todavía hoy vigentes en Egipto y en Marruecos, así como los magníficos artesonados y algunas cúpulas y bóvedas.
 

Entre los materiales empleados en la construcción de la Alhambra debemos destacar también, por fundamentales, los alicatados, que se realizaban en cerámica vidriada para el revestimiento de zócalos y fachadas interiores.

El azulejo estaba compuesto por losas recortadas, llamadas aliceres, que se combinaban entre sí formando vistosos dibujos y composiciones geométricas; se recortaban a base de regla y martillo afilado o un cincel, y se construían sobre paneles que, finalmente, se enlucían con yeso, el gran protagonista de esta singular obra granadina.

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Detalles de los aleros y celosías del exterior del Cuarto Dorado

 

El yeso o escayola tiene en el conjunto de la Alhambra un papel más que importante, puesto que se utilizó como material básico para las decoraciones, aunque también tiene un uso práctico, constructivo, que resulta evidente; aparece en arcos entre columnas, en segmentos de bóvedas o formando amplios arcos entre paredes estrechas, y se utiliza para realizar techos y también en las cúpulas, la mayoría de las cuales, como hemos dicho más arriba, aparecen cubiertas con una envoltura de este material.

También se hicieron celosías de yeso con vidrios de colores (se llamaba “gamriyya”, de “gamar”, luna, o “samsiyya”, de “sams”, sol) pero este material, en cuyos usos y aplicaciones alcanzó el reino nazarí de Granada una extrema destreza, cumple en la Alhambra una función más que constructiva, eminentemente decorativa. Su utilización era rápida y económica, y con yeso se cubrían parámetros y estructuras enteras a las que se daba, gracias a la policromía con colores yuxtapuestos (cuya autenticidad no puede siempre garantizarse) una apariencia de gran brillantez y riqueza.

 

De hecho, al ser la decoración por completo independiente de la estructura de los edificios, da la sensación de que todos estos maravillosos palacios sólo se hubieran levantado para servir de armazón a las frágiles bellezas interiores que los impregnan por completo.

 

Sin embargo, su significado sigue siendo un problema: si se decoraba cualquier superficie disponible, si en cada monumento aparece la misma ornamentación, en calidad y en cantidad, ¿Qué sentido se puede atribuir a cualquier motivo o diseño aislado?
 

 

 

Mocárabes en un nicho del patio de los Arrayanes y decoración de los azulejos

 

Hace ya algunos años que Oleg Grabar, uno de los mejores especialistas del mundo en la Alhambra y autor de un estupendo ensayo sobre su iconografía, formas y valores se hacía esta pregunta, y todavía no se ha dado una respuesta clara.

Todo cuanto se puede hacer es estudiar el significado de las formas que presenta la decoración, que se sustenta en tres motivos básicos: el epigráfico (hay algunos textos y bellísimos poemas escritos, cincelados en las paredes) el llamado ataurique, o de formas vegetales y el geométrico, que aparece fundamentalmente en los paneles de azulejos.

Hay quien, como nuestro autor, concluye que estos diseños eran simples reiteraciones formales, y como hemos dicho, existe también quien ha formulado complejas operaciones matemáticas para hallar su significado.

 

DECORACIÓN DEL PATIO DE LOS ARRAYANES

 

TORRE DE LA CAUTIVA

 

Hay que tener en cuenta, además, que las decoraciones de la Alhambra tienen un carácter cambiante en función de la luz de que dispongan: tienen un positivo y un negativo, puesto que lo sólido y lo frágil al igual que lo cóncavo y lo convexo, se confunden deliberadamente, de manera que su contemplación provoca constantes ilusiones.
¿Es igual el Patio de los Leones a pleno sol que con luna llena?
Hay quien se preguntaría: ¿se trata en realidad del mismo patio?

Mucho hay de representación teatral en las paredes de la Alhambra, mucho de mítica fuente de ilusiones, mucho de ensueño y mucho del pasado, de un pasado hoy muy remoto y que ya lo era en el siglo XIV, cuando sus paredes comenzaban a elevarse.


Quizá uno de los elementos decorativos que más contribuya a crear estos efectos mágicos sea el mocárabe, uno de los elementos más interesantes del arte islámico, cuya maravillosa utilización en la Alhambra todavía provoca en nosotros esa increíble sensación de rotación cuando miramos hacia arriba.

 

Los mocárabes son pequeños prismas de escayola o madera, cortados de forma cóncava en su extremo inferior que se acoplan unos a otros y que suelen utilizarse en la decoración de las esquinas, volúmenes invertidos, arcos, bóvedas y cúpulas; se trata de uno de los recursos decorativos más característicos del arte islámico, pero nada se sabe de sus orígenes ni se su desarrollo a lo largo de la Historia, salvo que a partir del siglo XI su uso fue algo común como lo fueron en la antigüedad los capiteles corintios; entre sus peculiaridades esta, además del hecho de carecer de límites intrínsecos, (pues ninguno de sus elementos es una unidad compositiva cerrada) el tener tres dimensiones.

Podían construirse también huecos o ser compactos y construir una masa colgante de complejas siluetas: se trataba, en definitiva, de una unidad tridimensional que podía transformarse en una silueta bidimensional.
Algo que proporciona a los techos la ilusión estructural de un movimiento ascendente acabado en una pequeña cúpula.

 

Una de las puertas de acceso a las dependencias laterales del Patio de los Leones

Todo un hallazgo.
De todos los monumentos islámicos existentes, la Alhambra es la catedral de los mocárabes; si en una construcción habitual se utilizaban no más de diete prismas, solamente en la Sala de las Dos Hermanas se usaron alrededor de cinco mil, lo que nos da una idea de la extrema complejidad de los diseños realizados. Sus constructores, empeñados siempre en crear composiciones arquitectónicas que sólo tuviesen sentido desde el interior, desarrollaron formas ornamentales que se subdividían a su vez en un número casi infinito de elementos más pequeños, de modo que consiguieron efectos asombrosos, a los que no fue en absoluto ajeno el gran virtuosismo alcanzado por los constructores nazaríes en el trabajo con los mocárabes, las más pequeñas piezas del fantástico rompecabezas que constituye este monumento único, esta obra cumbre de la interiorización y de la sensualidad, a la que algunos autores sitúan todavía en una tradición mucho más antigua que la islámico occidental de la Edad Media.

 

Vista del Generalife


Su sensualidad, su poder evocador, su capacidad de transfiguración, hacen de este lugar un objeto casi abstracto de refinado placer, tan singular como múltiple, tan destinado a un solo hombre como a todos los hombres. Al cabo, y en palabras de Grabar, la Alhambra tiene que ver con casi todos los problemas sobre la creatividad y la estética del hombre, con sus causas y sus efectos. No en vano su maravillosa belleza sigue ensanchando cada día el corazón de quienes tienen la fortuna de recorrer sus salas y palacios con la pretensión de ahondar en sus siempre bien guardados secretos.

 

 

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